Una vez en una sesión de un taller de escritura, al momento de discutir los textos que llevamos, le tocó el turno de hablar a un pensionado. Era un hombre canoso, de apariencia bonachona, que siempre había querido escribir, pero nunca lo había hecho, a pesar de las miles de historias que llevaba a cuestas. Él nos contó que en diferentes reuniones con sus amigos, estos siempre le preguntaban que cuando iba a escribir todas esos relatos, pues los narraba, oralmente, de manera amena y con mucho humor.
En ese momento hablábamos sobre novela negra y el señor también dijo que desde hacía bastante tiempo venía cocinando un personaje en su cabeza, un detective: Gumersindo Danger. Desde ese día ese nombre se me quedo grabado en la cabeza y varias veces, como hoy, llega a mi memoria fácilmente.
En medio de lo cómico tiene algo llamativo y que engancha. A Gumersindo me lo imagino barrigón, perezoso, siempre con un tabaco en la boca y los pies encima de su escritorio. Casi nadie lo contrata, pero siempre le dice a su esposa que tiene casos muy importantes. Miente para poder escaparse a tomar trago con sus amigos o para veladas románticas con la amante del momento; porque eso si, Gumersindo no es atractivo, pero tiene algo, ninguna mujer sabe precisar que es, que atrae al sexo opuesto. A pesar de su apariencia todos lo conocen como un hombre peligroso, al que no se debe enfadar, de ahí su sobrenombre.
Ya no recuerdo como se llamaba el creador de Gumersindo, de hecho no recuerdo el nombre de ninguna persona del taller, a excepción de una amiga con la que me inscribí; pero si algún día llego a ver publicada una novela sobre Gumersindo, no dudaré un segundo en comprarla. Me gustaría mucho ver que tanto coincide el personaje con el que hasta el momento llevo en mí cabeza.
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