Muchas veces he leído sobre personas que escogen su profesión de acuerdo con un llamado, es decir, un suceso o experiencia que les plantea la vida y que actúa sobre ellos como un momento de iluminación, ese estado que da la sensación de poseer una sabiduría perfecta. A los afortunados a quienes les ocurre eso tienen claro, de ahí en adelante, que es lo que deben hacer por el resto de sus vidas.
Me imagino que eso le ha ocurrido a muchísimas personas en diferentes campos y profesiones. Recuerdo una historia que leí alguna vez, acerca de una periodista muy famosa que lo tenía “todo”: casa, esposo, hijos, trabajo, etc.”, pero un acontecimiento la hizo dejarlo para comenzar a vivir con lo mínimo.
En el campo de la escritura se me viene a la mente el caso de Murakami, a quien el llamado se le presentó un día en un partido de béisbol, con una cerveza en la mano, bajo un cielo muy azul y un fuerte contraste de la bola blanca contra el verde del pasto.
En el partido un tal Dave Hilton, un jugador delgaducho y proveniente de Estados Unidos le tocó el turno de bateo. En el primer lanzamiento de Sotokoba, el lanzador del equipo contrario, Hilton conecto la bola y el golpe le permitió llegar a segunda base.
Justo en el momento del impacto, al producirse ese satisfactorio sonido de la madera al golpear la bola, y bajo los aplausos y gritos de júbilo de los aficionados que estaban a su alrededor, Murakami, sin ninguna razón aparente, pensó: “Creo que yo puedo escribir una novela.”
Según el escritor, fue como si hubiera logrado atrapar con sus manos ese llamado y/o revelación que caía del cielo; algo que cambió el curso de su vida por completo.
Espero que las líneas, la mía, la suya, querido lector, estén desocupadas en esos momentos cruciales.
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