Si las palabras tuvieran sabor, dejadez, imagino, sería sabrosa, gracias a ese latigazo que deja su última letra en la punta de la lengua apenas se termina de pronunciar. La zeta viene a ser entonces como el aguijón de una abeja obrera que apenas pica muere, porque en el acto desgarra su vientre. La z es ese pinchazo que marca la muerte de la palabra, si suponemos que las palabras mueren luego de que salen de nuestra boca y dejan de sonar, pero bien sabemos que hay palabras que perduran, inmortales digamos, y nos van machacando poco a poco.
A la zeta entonces no le importa nada, pero ¿cómo le va a importar marcar el fin de una mísera palabra, que todo acabe en ella y con ella, si también es la última en el abecedario? Es la reina de los finales.
Mejor volvamos con dejadez. Esa última letra, si nos fijamos bien, contiene todo el significado de la palabra: “Pereza, negligencia, abandono de sí mismo o de las cosas propias.”
¿Cuánto tenemos que aprender de ella? mucho, seguro. Al parecer no le importa nada, ni ser la última, el fin, ni matar palabras. La zeta, fría y sin adornos, es la muerte misma.
Me gustaría contarles más cosas sobre la z, pero en medio de su dejadez esconde sus verdaderos propósitos, como esas personas que no entendemos bien por qué actúan de determinada manera, pero que sentimos tienen todo bajo control, mientras nosotros, los simples mortales, vivimos llenos de angustia, a medida que disolvemos nuestras pocas horas de vida en trivialidades.
Así va por la vida la zeta, sin que le importen mucho sus acciones, su dejadez, su chabacanería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario