Tiempo después, cuando me pongo a corregir lo que escribí, me encuentro con esta frase
He sihed, as he read sometime, for Allah to communicate with him directly.
No sé que es sihed, ni recuerdo que era lo que quería decir, El corrector de texto me sugiere la palabra sighed, suspiró.
Decido aceptar la sugerencia, aunque debo cambiar la frase para que tenga sentido
“Sí, el personaje—un hombre árabe que está a punto de hacer algo de lo que no está seguro— podría suspirar en ese momento, pues desea comunicarse con Allah”, pienso.
Imagino que hay veces en las que debemos actuar así, es decir, aceptar las sugerencias de la vida como vengan, sin pensarlo dos veces y luego, dependiendo de que tanto nos cambien el rumbo, mirar cómo editar nuestro caminao.
Sigo leyendo el resto del texto y cuando termino, me acuerdo de que la palabra que quería escribir en un principio era wished, deseó
Entonces borro el suspiró y escribo el deseó.
No fue mi caso, pero a veces eso tropiezos lingüísticos funcionan bien cuando se escribe, como le ocurrió a Juan Esteban Constaín mientras escribía El hombre que no fue jueves.
El autor en vez de escribir agotados, tecleó ahotados, un adjetivo arcaico que quiere decir osado y atrevido y que encajaba perfecto para lo que quería decir.
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