Miro el reloj en la esquina inferior derecha de la pantalla del computador y faltan 10 minutos para las 11 de la noche, mi hora preferida para leer.
Converso un poco conmigo mismo:
“Oiga, van a ser las 11”
“¿Y qué quiere que haga?”
“Disculpé, pensé que de pronto tenía pensado leer”.
“Hombre, tiene razón. En un rato apago el computador. Gracias por el recordatorio”.
“De nada”.
Luego me pongo a pensar en los huevos del gallo y cuando vuelvo a mirar el reloj ya son las 12:15 a.m.
El tiempo, es decir, esos segundos, minutos y con los que medimos nuestra existencia, implacable, no deja de consumirse en ningún momento.
Voy al baño y me lavo los dientes. Luego destiendo la cama y acomodo las tres almohadas contra la pared, mi trono de lectura. Primero va una que compré hace poco que, se supone, es ergonómica y se amolda perfecto a la cabeza. Luego viene una que es toda amorfa, y por último la más maciza de todas. Una vez están listas les doy un par de golpes que señalan el fin de ese pequeño ritual.
Después de meterme en la cama enciendo la lámpara, apunto el haz de luz hacia las hojas del libro físico o la pantalla del Kindle, según sea el caso, y me acuesto a leer.
En esta ocasión el turno es para el e-reader. Lo prendo, y pasados unos minutos, cuando termino un capítulo, decido acomodarme de medio lado.
Eso implica reacomodar las almohadas y la dirección del haz de luz. Hago eso rápido, al tiempo que imagino como se dobla mi columna vertebral. “Fijo es una posición poco favorable, pero ¿qué más da?”, pienso.
Empiezo a leer de nuevo y al poco tiempo se me comienzan a cerrar los ojos. Me obligo a abrirlos, me muevo un poco para despertarme. Ubico la línea en la que quedé y sigo.
Abro los ojos y el Kindle está apagado. Quién sabe hace cuanto tiempo me venció el sueño.
Vuelvo a prender el aparato, miro la hora y el reloj marca la 1:30 de la mañana, “¿pero qué carajos le pasa al tiempo?”, me pregunto.
Tengo sueño, pero mi psicorrigidez de lector me impide dejar un capítulo a medias, así que decido terminarlo.
Empiezo y otra vez se me cierran los ojos.
Vuelvo a mi postura inicial y termino el capítulo.
Ahora parece que el sueño se esfumo, pero apago la luz, boto dos almohadas al piso, doy media vuelta, me arropo, cierro los ojos y me duermo, eso creo, casi al instante.
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