martes, 26 de abril de 2022

No voy a...

“No voy a comprar libros, todavía tengo muchos que no he leído” pienso cuando llego a la Filbo.

Luego de un evento comienzo a deambular por el lugar con pura actitud 
flânerie (callejeo', 'vagabundeo). Decido ir al pabellón del país invitado, pues uno de mis rituales de la feria del libro consiste en siempre comprar un libro allí.

Hay pocos y la mayoría cuestan más de 80 mil pesos y no cumplen con mi teoría personal de “entre más caro el libro, más páginas debe tener”, además tampoco me atrae ninguno de los que veo.

Tienen en muestra: Corea, apuntes desde la cuerda floja, un librazo, pero es una lástima que ya me lo leí. Pienso que debería existir una forma de olvidar por completo los libros buenos para poder volver a comprarlos como si fuera la primera vez, en fin.

Cuando salgo de ese pabellón cae una leve llovizna.  Pienso que tal vez lo mejor sea abandonar la feria por si decide convertirse en aguacero. Cuando me dirijo hacia la salida, y para cortar camino, entro a otro pabellón.

Voy caminando, pero mis ojos no se resisten escanear los stands, y uno de Planeta me atrae.  Tienen varios libros de Seix Barral, con sus portadas maravillosas.

Me encuentro con Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo de Elvira Sastre. Pregunto si tiene su diario Madrid me mata, y cuando me lo pasan, también me muestran Días sin ti, y ese es el que me decido llevar.

Haciéndole caso a mi instinto lector me llevo otros dos libros. Tratado de semiología, una colección de cuentos que me convence por su contraportada: “Un escritor fracasado descubre en el gimnasio su oportunidad para triunfar; un lector compulsivo camufla clásicos literarios entre las páginas de libros de autoayuda…”. Con el otro “Matadero Franklin” voy más a la ciega porque cumple a cabalidad con mi teoría de precio vs número de páginas.

Queda claro, como bien dicen por ahí, que comprar y leer libros son dos actividades completamente diferentes.

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