8 de la mañana.
Camino por un sector que no conozco con un cielo gris a punto de quebrarse por la lluvia. Hace frío y estoy de mal genio, porque no me he tomado el primer café del día. Veo un establecimiento con bombillos encendidos. “Debe ser una cafetería”, pienso. Apresuro el paso.
Cuando estoy al frente del local, me doy cuenta que es un restaurante de hamburguesas y que las luces están encendidas porque los empleados organizan el lugar para la hora del almuerzo.
Mi nivel de rabia se incrementa.
Empiezo a caminar de nuevo, sin rumbo alguno, mal encarado y como con deseos de que alguien me busque problema para agarrarnos a trancazos, qué sé yo, que una persona se estrelle contra uno de mis hombros, y que a partir de eso se arme una trifulca. Mientras recreo esa fantasía, aprieto los puños, imaginando la tormenta de golpes que le voy a soltar a esa persona imaginaria que anda por la calle.
Como son pocas las personas que transitan por el andén, me concentro de nuevo en mi búsqueda, y a lo lejos alcanzó a divisar un Tostao. Mi contrincante se salvó de la pelea, y yo también, pues soy más bien pacífico y un boxeador cero ágil.
Apenas entro al café, comienza a caer una llovizna leve. Juanma: 1 el clima: 0. Compro un capuchino y una porción de torta de zanahoria y me siento en una de las mesas de la terraza. Después de un tiempo de perfeccionar el arte de ver pasar gente, saco el Kindle.
Me decido por 1984.
Las últimas líneas de una página dicen: “The tales about Goldstein and his underground army were simply a lot...”
“La palabra que sigue tiene que ser rubbish”, pienso antes de pasar la página o tocar la pantalla, ustedes me entienden.
“of rubbish which the party…”
Sonrío.
Muchas veces intento hacer eso: adivinar cuál fue la palabra que escogió el escritor, pero pocas veces le atino.
Imagino que hay frases que necesitan de palabras exactas. Frases que perderían su fuerza y sentido si se utilizan otras.
Cuando uno escribe siempre anda tras la búsqueda de esas palabras, pero la mayoría de las ocasiones, muchas veces por pereza, se nos escapan, pues seleccionamos una equivocada que creemos funciona, y dejamos huérfana de frase a esa palabra exacta.
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