Felipe Cuello lee una cita de bradbury de Zen el arte de escribir que dice lo siguiente:“La autoconciencia es el enemigo de todo arte, ya sea actuar, escribir, pintar o vivir, que es el arte más grande de todos.”
“¿Qué carajos es la autoconciencia?”, se pregunta. Acude, como suele hacerlo cuando no tiene clara la definición de una palabra, al diccionario: “Conciencia de sí mismo”. Se desinfla un poco ante la definición tan breve, pues le parece que la palabra es muy importante como para resumirla con tan pocas palabras.
Le da un sorbo al jugo de naranja que tiene encima del escritorio y luego busca la palabra conciencia. Se encuentra con cinco significados y la mayoría habla de tener la facultad de reconocer la realidad.
“¿Qué es la realidad?”, se pregunta ahora Cuello. Alguna vez leyó un artículo que decía que la realidad no existe porque es subjetiva, entonces cada quién tiene una distinta. Eso lo lleva a pensar que es traicionera y que lo mejor es frecuentarla, pero no vivir todo el tiempo dentro de ella. A fin de cuentas, amputarla cuando sea necesario.
Eso, imagina, tiene que ver con acceder al subconsciente, no dejarse influenciar por la realidad y conectarse con los miedos profundos, deseos reprimidos y las experiencias traumáticas. Ahí, en esos aspectos de vida de los que no queremos hablar, piensa Cuello, está toda la pulpa de la creación, pues están repletos de drama y conflicto.
Decirlo es fácil, pero hacerlo es otra cosa, pues si piensa en escribir desde el subconsciente ya está siendo consciente del acto, entonces nunca va a llegar a esa fuente infinita de creación de la que tanto hablan otros escritores.
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