No hay nada más fastidioso que
hacer vueltas de banco. En medio del tedio, y de la espera, en la mayoría
de ocasiones lo único que queda por hacer es distraerse con el celular,
actividad que suele ser interrumpida por el celador, con un fuerte y claro "Acá no
puede utilizar el celular, por favor guárdelo" quién luego se se queda mirándolo
a uno, como a ese niño chiquito que se mete una cucharada de comida a la boca y
no mastica ni se la traga, hasta que finalmente no queda otra opción que guardar el
celular. Es por eso que
escuchar conversaciones ajenas es uno de mis deportes favoritos en un banco, a ver si me encuentro con algún tema
interesante.
La semana pasada fui a uno, y mientras esperaba sentado en
una silla, un señor y el hijo se sentaron detrás mío. De un momento a otro el señor comenzó a renegar
y dijo con algo de mal genio “increíble que lo que voy a buscar es lo que se
pierde”.
Volteé a mirar al señor y le tuve
algo de compasión, pues sostenía varios papeles en ambas manos y, aun sin soltarlos,
buscaba algo desesperadamente en sus bolsillos.
Mientras tanto, su hijo, un adolescente, lo miraba fijamente sin prestarle ningún tipo de ayuda.
Me quedé pensando en esa frase
ese día. ¿Será que así ocurre con todos
nuestros asuntos? Es decir ¿De las muchas veces
que buscamos algo, sea lo que sea, simplemente no lo encontramos porque está
destinado a perderse?
De ser así entonces vivimos es punta de errores, en el sentido en que lo que tenemos en cualquier ámbito de
nuestras vidas, nunca fue eso que buscamos, sino algo que por casualidad nos
tocó y que pertenecía a la búsqueda de otra persona.
Aunque quién sabe, de pronto lo único que estaba buscando el señor era un dulce para distraer el estomago o su celular.
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