Hoy me
siento a escribir con un par de ideas en la cabeza que no me convencen
del todo. A veces los temas llegan a mí, porque algún suceso del día me
evoca un recuerdo, o me genera alguna emoción; otras veces, una conversación
que escucho, o una imagen del día acciona esa palanca que pone en movimiento
toda la maquinaria de la escritura.
Hoy me paso
eso con otro tema sobre el cual ya tengo un borrador mental y que espero escribir en otro momento. Después de "descartar", de
momento (nunca se sabe cuando la idea va a pedir casi a gritos ser
escrita), esa primera idea, no sabía qué era lo que iba a escribir. De
repente irrumpió esta otra, que para usted, como lector, todavía no debe ser
clara.
Creo firmemente que cada palabra, por más insignificante
que nos parezca, encierra miles de historias, de las cuales se podrían escribir
novelas y sagas enteras. Estas solo esperan que algún escritor las descubra, y todas luchan,
aunque no nos demos cuenta, diariamente contra el horrible síndrome: “Pantalla
en blanco”.
Entonces el
punto es no parar de escribir nunca, y aferrarse al asiento incluso
cuando la mente se encuentra completamente en blanco. Urgar y urgar
el cerebro, hasta encontrar algo, y comenzar a teclear lenta o frenéticamente,
pero siempre con ansías de saber cual va a ser el resultado final, pues nunca sabremos que tan larga
va a ser la historia después de la primera palabra.
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