Conocí a Mariana en el matrimonio de un amigo. Ese día, durante la ceremonia, no paré de mirarla, algo que tuvo que ser obvio pues quedó ubicada en diagonal, unas tres bancas atrás, a mi derecha. Cuando pasamos al salón de la recepción, teníamos asignada la misma mesa. Yo llegué primero y al rato ella se sentó a mi lado. Tiempo después me confesó que lo había hecho a propósito, "Pa' ver que era tanta miradera".
Creo que salimos a las dos semanas de habernos conocido. Un miércoles La recogí en su casa y fuimos a un sector de la ciudad con varios restaurantes. No había pensado qué íbamos a comer, así que deje que ella escogiera. "¿Qué quieres comer?" "Sushi" respondió casi al instante, como si esa fuera su respuesta cuando la opción de elegir restaurante era 100% decisión suya.
Yo nunca había probado el sushi. Me repugnaba la idea de comer algo "crudo". "Bueno" le respondí, ocultando mi repulsión hacia su opción. ¿Por qué no le propuse otra cosa apenas me dio la respuesta? Era claro que me gustaba y estaba dispuesto a sacrificar mi paladar por ella y por la cita, que romántico, ¿no?
Como no sabía nada sobre sushi, ni cuáles eran los mejores rollos, qué ingredientes, etc. dejé que ella escogiera, me imagino que mi opinión consistió en que uno tuviera salmón ya que, en contravía a mis gustos de ese entonces, si me gustaba ese carpaccio.
Cuando llegó la bandeja con los rollos, después de que ella tomó uno y lo mojó en salsa soya, hice lo mismo, Supongo que ese día también aprendí a manejar los palitos o fingí saberlos utilizar y, afortunadamente, quién sabe cómo logré desenvolverme con soltura en la tarea. Cuando me metí un bocado a la boca, di con la agradable sorpresa que estaba probando algo muy rico. Desde ese día me aficioné al sushi.
Con Mariana salí unos cuatro meses y al final las cosas no funcionaron, pero esas son palabras para otro escrito.
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