jueves, 5 de abril de 2018

Enemigo

Al entrar al lugar, las personas, 2 hombres y una mujer, ya hablan animadamente. No los conozco, pero los saludo y ellos también lo hacen entre sonrisas y gestos cordiales, tal vez invitándome a entrar en la discusión, pero mi yo huraño se antepone y me obliga a sentarme apartado y a sumergirme en la pantalla de mi celular. 

Después de un par de minutos venzo mi actitud de “no me jodan” y me acerco al grupo, que de nuevo me recibe con gestos amables. Saltan de un tema a otro rápidamente, sin llegar a ninguna conclusión, solo botan ideas o puntos de vista, pero sin intentar imponerlos ante los demás. Trato de acoplarme a la dinámica de conversación lo mejor posible. 

En cierto momento hablan de un personaje público y la mujer dice que lo detesta, que es un ridículo y expone sus razones para tildarlo de esa manera. Meto una cucharada de palabras en la conversación, y le digo lo que pienso: que la persona de la que habla no debería actuar de la manera en que lo hace, pero que está en su libre derecho de hacerlo. 

La mujer calla por unos segundos, mientras parece masticar mi opinión frente al tema, y arranca de nuevo a despotricar: “pero es que ese hijue…”, Uno de los hombres interviene. Tiene voz grave y habla con una forma pausada que hace parecer que lo que está a punto de decir es importante y que es mejor ponerle toda la atención posible. 

“Pero mira”, comienza a hablar, “¿Para qué te estresas de esa manera, uno va por ahí clasificando enemigos y estos, en toda su vida, nunca se enteran cómo nos sentimos hacia ellos”, hace una pausa y luego concluye, “¿no te parece?, yo siempre he dicho algo, a quien consideres tu enemigo ignóralo o atácalo, pero no lo sufras”.

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