“Vamos a fingir que la vida es una sustancia sólida, con forma
de globo, que giramos en nuestros dedos. Vamos a fingir que
podemos distinguir una historia simple y lógica, que cuando
despachamos un asunto—el amor por ejemplo— vamos,
de manera ordenada, al siguiente.”
— Las Olas —
Cuando leí ese libro, ese párrafo se me quedó grabado en la cabeza. Es perfecto, una verdad, me atrevo a decir, absoluta, pues no hacemos otra cosa que fingir: fingir que lo tenemos todo claro, que controlamos todas las variables; fingir que sabemos qué es lo que hacemos, fingir que luego de A viene B y luego C, etc. fingir, fingir y fingir.
En medio de esta conducta rutinaria, y como le ocurrió ayer a la esposa del hermano de un amigo, que murió atropellada por un bus, llega la muerte y nos deja en claro que no sabemos nada o, de pronto sí, sino que le estamos prestando demasiada atención a temas secundarios.
Da rabia entonces que la muerte sea la única encargada de abrirnos los ojos, de sacudirnos para que comencemos a fijarnos en todo aquello que sabemos vale la pena, pero tenemos relegado.
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