Hace unas semanas, antes de empezar el mundial, fui a una peluquería. Ya en la silla, mientras la peluquera echaba agua en el pelo, comencé a conversar con ella sobre cualquier cosa, usted ya sabe estimado lector, esas conversaciones sosas sobre el clima, política, la noticia del momento y, en esta ocasión, no podría faltar el mundial como tema obligatorio.
Cuando llegamos a él, la mujer me preguntó que qué me parecía y luego de responderle cualquier cosa, me dijo que igual lo mejor era no ilusionarnos porque ella había oído las declaraciones de una vidente, que había asegurado que a Colombia la sacaban en primera ronda, y que esa señora también había salido con una revelación relacionado con no sé qué acontecimiento importante hace unos años, así que lo mejor era creerle.
Siempre he dicho que no creo en nada que tenga que ver con adivinar el futuro, pero sé que en algún lugar del cerebro, aún me queda una resquicio por el que se cuela la duda, que hace que me plantee la famosa pregunta: “¿qué tal que sea cierto?”
El punto es que me dio mal genio en ese momento pues, ¿quién se creía la peluquera para sembrarme una semilla de duda en la cabeza?
Días después, cuando Colombia jugo su primer partido contra Japón, pensé: “Bueno, parece que la vidente tenía razón”, pero al siguiente cambié de opinión: “¿Cómo la vio, bruja?”, pensé con la goleada a Polonia.
En el último, cuando la victoria de los polacos había opacado la profecía de la mujer, llegó el cabezazo de Mina para destruirla por completo.
Ya decía yo que eso de creer en profecías es una pendejada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario