Pasamos de largo una moto que va despacio y que lleva a una mujer de parrillera. El conductor farfulla unas cuantas palabras de disgusto, pues tuvo que esquivarlos.
Luego caemos en una conversación aburridora, uno de esos lugares comunes repleto de opiniones sobre el tráfico de la ciudad y la imprudencia de los motociclistas.
“Uno de afán, y el hombre va tranquilo, de paseo.”
“Y va como por la mitad de la calle”, irrumpe mi yo conversador.
“Si, claro que todo depende, ¿no? Yo que voy de afán y quiero terminar la carrera y buscar otra de una, pero ¿qué tal que el hombre esté de levante?”.
“Es cierto”.
“Porque claro, en esas etapas toca ir despacito, con calma. Si el tipo fuera manejando a mil la vieja podría pensar que lo que quiere es deshacerse de ella”.
Lo miro, y le respondo con un silencio.
Ambos callamos por unos segundos y a punto de llegar a mi destino el conductor vuelve a hablar:
“Esa es una de las cosas de las que habla Walter Riso en sus libros”.
“Menos mal que ya me voy a bajar”, pienso y me quedo callado.
El conductor no repara en mi apatía y sigue hablando: “Si, el hombre dice que cuando uno está enamorado pierde muchas cosas: autonomía, criterio, libertad”.
“¿Cómo así, entonces lo mejor es no enamorarse?”, le pregunto.
“Pues sí, también dice que uno no debe dejarse llevar por la nostalgia cuando termina una relación, sino mirar qué le dejó de bueno en términos materiales. Suponga que usted termina una relación que duró cinco años. Apenas ocurre eso, usted no se debería enfocar en la pérdida sentimental, sino mirar qué le dejó esa relación, si un carro o un apartamento, por ejemplo. Si uno se enfoca en eso da menos duro.
“Ahh ya, nunca he leído a Riso”.
“Así es amigo”, me dice el hombre, en el momento en el que el viaje termina-
“Muchas gracias”.
“Chao, que le vaya muy bien”, se despide el Riso urbano.
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