Luego de hablar con Camilo, tras dos años sin verlo, Alejandra llega a una conclusión: las personas son como los libros. Su teoría no tiene nada que ver con esa frase que dice: “Las personas son como libros abiertos”, que hace referencia a aquellas que, en apariencia, no ocultan nada, y se muestran tal como son. Alejandra no cree en eso; piensa, más bien, que todos, sin importar quienes seamos, cargamos con fantasías, ideas, pensamientos, filias, lo que sea, que consideramos inconfesables.
Lo que ella quiere decir, es que, a veces, cuando uno las comienza a leer, sus palabras y todo lo que hacen nos caen bien, entonces uno se encarreta con ellas. Con eso se refiere a cualquier tipo de relación, o bien, de encarrete: de amistad, laboral, sentimental, etc. (acudo al recurso perezoso del etc. porque, de momento, no se me ocurre otro tipo de relación que, imagino, seguro existirá, perdóneme usted, estimado lector).
Hay otros libros que, por diferentes razones, nos caen mal, y nos entran, como se dice popularmente cuando un trago no nos sienta bien, en reversa. A esas por lo general las dejamos de leer, porque presentimos que no vamos a sacar ningún provecho de esa lectura.
Piensa que deben existir tantos tipos de personas como libros, pero particularmente le interesan esas que uno empieza a leer con agrado, pero en algún momento se siente hastío hacia ellas.
Entonces uno se aleja porque, como ocurre con los libros, no era el momento indicado para leerlas. Es posible que vuelvan a aparecer, y que en ese nuevo encuentro pensemos lo mismo que antes, o que nos den ganas de leerlas.
En eso, y otros temas, piensa Alejandra, mientras mira de forma distraída por la ventana del tren que la lleva a Auxerre, “¿Qué tipos de libros leeré allá?”, se pregunta.
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