Leo Confesiones de un Burgués, la biografía novelada de Sandor Márai. Llegué a ese autor luego de leer La vida a Ratos de Juan José Millás, en donde menciona los diarios de ese escritor, y algo relacionado con su suicidio cuando tenía 89 años.
Hasta el momento me ha gustado la obra porque procura alejarse de las reflexiones y del monólogo interior, que, como también dice Millás, administrado en grandes dosis, produce en el cerebro de la trama unas lesiones irreversibles. Márai se dedica a contar sus eventos, incluso sin muchos adornos ni figuras narrativas, algo, que, si uno se fija bien, es difícil.
“Las bofetadas formaban parte integrante de la marcha cotidiana de los días, como las oraciones o los deberes” cuenta Marai sobre la educación en esos tiempos,
Apenas leo eso, me acuerdo de una historia que mi padre siempre cuenta entre risas en medio de lo cruel.
Cuando era pequeño, debía tener 10 años, mi abuelo lo metió a estudiar a un internado, donde el pan de cada día eran los golpes. Mi padre dice que él era un buen estudiante, y que muchos estudiantes le tenían envidia porque era muy bueno en matemáticas, pero que siempre pasaba disciplina raspando.
Un día él iba caminando como si nada, procurando meterse con nadie, por uno de los pasillos del colegio y en dirección contraria venía caminando el director de la institución, un cura mala clase. Mi padre cuenta que apenas lo vio y sin mediar ni una palabra le dijo: “Ahh pero mire al señor Rodríguez, el de la guachafita” y sin ninguna razón le mandó una cachetada porque sí. Mi padre alcanzó a cubrirse y pensó: “Si me tiro al suelo, el viejo fijo me deja en paz”, pero cuál sería su sorpresa cuando el miserable ese, ni corto ni perezoso lo agarro a patadas.
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