Imagino que mi escritorio y todo lo que tiene encima es como echarle la madre al feng shui.
Sí, esta desordenado y, aclaro, no es algo de lo que me enorgullezca. Pienso que es uno de esos desórdenes que guardan cierto orden, o que se deben preservar por alguna razón que la vida no me ha revelado.
O puede que no, que lo que acabo de decir sea una simple excusa para justificar mi desorden.
Para no pensar en orden o desorden, volteo a mirar hacia la derecha, y al lado de un payaso de madera que compré en un mercado de las pulgas, hay un arrume de tarjetas que fui acumulando en varios eventos de networking.
La montaña de tarjetas esta liderada por una de Cinemark Elite Gold, que suena, pienso, a pertenecer a un escuadrón de misiones especiales.
Luego vienen unos post it pequeños que tiene como nombre task manager, pero casi nunca utilizo esos papelitos de colores, pues anoto las cosas en ellos e igual se me olvidan. Finalmente, están las tarjetas.
Estimo que deben de ser más de 80, y que equivalen a 80 conversaciones, apretones de manos, sonrisas, en fin cualquier dinámica para conocer de forma escueta a una persona, en 10 o menos minutos.
Supongo que muchos de esos intercambios de tarjetas de presentación se sellaron con un: “tenemos que tomarnos un café”, quizás, una de las frases más ultrajadas de nuestro idioma.
Es posible que esas tarjetas también signifiquen 80 oportunidades de negocio perdidas, pero quitémosles ese halo comercial a esos cartoncitos y pensemos, más bien, en esos cafés que quedaron pendientes.
Es posible que haya dejado escapar al amor de mi vida.
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