Un andar solitario entre la gente es el título de un libro del escritor Antonio Muñoz Molina. Me parece sugerente, pues invita a querer saber más. Si no se debe juzgar un libro por la portada, quizá si se pueda hacer por su título, en fin.
Sin embargo, es una lectura que tengo atorada, porque la he dejado dos veces.
Conocí el libro porque Millás lo alabó en un artículo, y como le hago caso a todas sus recomendaciones, me aventuré a leerlo, pero no sé qué me pasa con él.
Recuerdo que tiene segmentos buenos, pero la emoción con la empiezo a leerlo, va decayendo, hasta que llego a ese punto en el que me aburro y decido dejarlo. Quizá sea su estructura, porque no es una novela, sino una especie de homenaje de los grandes caminantes urbanos de la literatura.
Reconozco que es un tema fascinante. De hecho, ahora me dan ganas de volver a leerlo. Es posible que mi yo lector del pasado quería consumir ficción pura y dura, y por eso el libro no encajó en ese momento de mi vida. Así son de caprichosos algunos libros, y resulta imposible leerlos, así hagamos nuestro mayor esfuerzo.
Antes eso, abandonar la lectura de un libro, me parecía un sacrilegio, pero desde hace poco lo hago como si nada.
Comencé a hacerlo con El asesino ciego, de Margaret Atwood que, al parecer, es una exquisitez en cuanto a técnica, pero me costó un montón conectarme con la historia. ¿Pero si ven? Ya me desvié del tema, si es que este post tenía alguno.
Igual, como menciona Molina: “No escribo porque tenga cosas urgentes que decir. Escribo por el gusto de llenar las páginas en blanco del cuaderno que tengo abierto delante de mí.”
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