Ya no es esa hora, pues acaba de pasar. Así lo dictaminaron los diez campanazos del reloj cucú, pero ya sabemos que eso del tiempo es relativo, en el sentido en que todos llevamos uno distinto. Por eso, quizás, es que hay veces en las que no coincidimos con las otras personas y nos gusta más vivir en conflicto que en armonía.
Eso, lo de las campanadas me refiero, ocurrió hace un rato, cuando estaba echado en la cama. Podría haberme quedado allí, tendido, mirando al techo, como tanto me gusta hacerlo, pues no tenía ni idea sobre qué escribir.
Si me puse de pie fue porque, como ya saben, si no escribo en este espacio, algo se desbarajusta en mi mundo, y el mío, supongo, de alguna manera estará conectado al de ustedes de una u otra forma, bien sea por esa teoría de los 6 grados de separación o por lo que sea (disculpe usted, estimado lector, que no conozca más teorías para respaldar lo que escribí).
No sé, quizá sea bueno escribir así no se tengan muchas ganas o no se sepa bien sobre qué, pues es posible que los textos siempre tienen algo por decirnos. Creemos que tenemos total control y dominio sobre ellos, pero, se me ocurre pensar, son ellos los que mandan, y nosotros, los que escribimos, somos un simple médium por el que cobran vida. Vaya uno a saber.
A la larga, como ya lo he dicho, no sabemos nada, o, más bien, sabemos mucho menos de lo que creemos saber, pero como todos vivimos engañados, nadie corrige a nadie, nadie le dice al otro que lleva la hora mal puesta en su reloj, y de ahí que vivamos a destiempo, tropezándonos los unos con los otros a cada rato.
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