No deberían, o debería administrar mejor mi energía a lo largo del día o dedicarme a jugar al baloto a ver si me lo gano, y así destinar el resto de mi vida al fino arte de hacer nada.
La verdad es que jugar el baloto me parece una botadera de plata pues la única rifa que me gano es cuando me llaman en los aeropuertos para revisar mi equipaje antes de abordar un avión, de resto nada, cero, null.
Si yo fuera millonario, lo que haría sería dedicarme a leer todo el santo día sin preocuparme por nada, sin estar pendiente del trabajo, de clientes de esto, lo otro o aquello, pero mejor me detengo aquí antes de comenzar a recrear posibles escenarios de que haría si tuviera mucho dinero, una actividad más bien inútil.
Si algún día lo tengo ya les contaré, aunque quién sabe, como dicen que el dinero cambia a las personas, de pronto ya ni me interese escribir, ¿será posible tal escenario?
Por ahora les cuento que a eso de las 11 de la noche me entran unas ganas inmensas de leer. A veces esas ganas también se combinan con las de escribir e incluso con las de dibujar, entonces me debato entre esas tres fuerzas y cuando gana la primera me meto en la cama, acomodo las almohadas, prendo la lámpara dirijo el haz de luz hacia la pantalla del Kindle, pero a los pocos minutos los ojos se me comienzan a cerrar.
Entonces los abro con fuerza y con toda la voluntad de noches en vela de mis ancestros, que llevo acumulada en mis células, procuro mantenerme despierto, para leer por lo menos un capítulo o hasta aquel punto del libro presente un cambio de escenario, o un movimiento de la cámara o un cambio en el tiempo.
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