El conductor es un hombre flaco de piel morena. Lleva una camisa de manga corta azul clara y el brazo izquierdo lo tiene apoyado sobre la ventana que tiene por completo abajo. Todas lo están, pero yo decido subir un poco la mía, no va y sea el diablo que alguien decida meter el brazo para llevarse mi mochila.
El conductor no deja de mirarme por el espejo retrovisor. Seguro quiere que le arme conversación. Evito fijar nuestras miradas, pero al rato cedo a su ojos escrutadores ¿De qué le hablo? Entonces me cuelgo de uno de los lugares comunes que seguro se utiliza en millones de conversaciones alrededor del mundo en un mismo día: el clima. Afuera, el sol desparrama toda su fuerza abrasadora sobre la ciudad.
Mencionó algo relacionado con el calor que hace y el conductor responde: “Si papi, es que los bogotanos somos de agua, ¿cierto? Si uno quiere sol, pues se va de vacaciones a melgar, pero esta maricada no es para nosotros”, me mira de nuevo por el retrovisor, esperando a que diga algo. Guardo silencio, pero asiento con la cabeza y el hombre concluye: “Si pa, los bogotanos somos de agua”.
Intercambiamos otro par de frases sobre el clima hasta que volvemos a quedar en silencio. “¿Hasta que hora trabaja?”, se me ocurre preguntarle. “De 5 de la mañana a 11 de la noche de lunes a jueves y el viernes y el sábado todo el día, dice casi sin pensarlo, como si la respuesta a esa pregunta la tuviera preparada desde hace rato. Antes de que yo le diga algo y seguro por mi cara de asombro, el hombre dice: “Sí huevón, es que uno no puede dejar colgarse ni por el putas. Tengo que pagar la cuota del apartamento, del carro, mercado y salir por ahí con mi mujer. Y eso que ya no tomo. Desde hace 18 años no pruebo una gota de licor.”
“¿Y eso?”.
“Tuve una época de mucho desorden y hay que cuidarse para la vejez", responde. Guarda silencio por un par de segundos y luego sigue hablando: "¿Se imagina uno viejo todo degenerado, que ni su familia ni su mujer lo quiera? Por eso toca portarse bien y ya cuando uno sea viejo salir a tomar tinto con los amigos y ya, ¿no cree marica?
No sé en que momento pasamos del papi y el pa al huevón y marica. Mientras pienso en eso el taxista comienza a hablar de nuevo: “Tenemos tres taxis, uno lo manejo yo, el otro mi hijo y el otro un vecino, un huevón bien juicioso con familia y que tales.
“El otro día mi hijo mandó a lavar y polichar el suyo y le quedó una chimbita”. En el próximo semáforo en rojo, el taxista busca las fotos del taxi de su hijo en su celular y me las muestra: Pille, una chimba, ¿si o no huevón? Le doy la razón. los rayos de sol se reflejan sobre el el taxi de su hijo y parece nuevo.
Al poco rato llego a mi destino. Le doy las gracias y el taxista responde: “Bueno pa, que Dios lo cuide”.
Los bogotanos somos de agua; hay verdad en esa frase.
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