Me bajo del taxi malgeniado. Parece que llevara la fuerza del fin del mundo dentro de mí. Imagino que mi estado de ánimo hace que se me suba la presión arterial y eso se traduce en un molesto dolor que me comienza a martillar el lado derecho de la cabeza. Dicho estado potencia mi mal genio y caigo en una especie de ciclo: a mayor mal genio mayor dolor de cabeza.
Mi destino es la librería Lerner, porque ya voy en el último capítulo de Aranjuez, el libro que, se supone, había comprado para el viaje. Voy en búsqueda de Razones para desconfiar de sus vecinos de Luis Noriega. Cuando me obsesiono por un libro no descanso hasta conseguirlo. Hace mucho lo había visto, pero lo había relegado a algún rincón oscuro de mi cerebro.
Chévere escribir un libro sobre los habitantes de un edificio, pensé en estos días, y al momento me respondí: un momento, ese libro ya existe. Después de un par de búsquedas en internet di con su título el cuál ya había olvidado por completo.
La noche anterior había revisado la página web de la librería y esta decía que quedaba una copia disponible.
Apenas pongo un pie dentro de la librería mi nivel de rabia solo ha disminuido una raya, y poco a poco el dolor de cabeza se quiere comer una porción de mi cerebro. Comienzo a pasearme por los pasillos, hojear libros y me pregunto: ¿Qué tal que otra persona que está en la librería también esté buscando el libro de Noriega, y mientras yo me distraigo con otro libros me lo quite? No señor, primero debo averiguar si todavía lo tienen y ya con el libro en la mano me puedo dedicar al fino arte de hojear libros. Justo en ese momento pasa a mi lado una mujer que trabaja en la librería, la miró fijo a los ojos y le pregunto por el libro. Ella lo busca en el sistema y me dice: “Sí, nos queda una copia, acompáñeme”.
La sigo por los pasillos de la librería casi pisándole los talones, hasta que llegamos a la sección de literatura colombiana. Ella comienza a buscarlo repitiendo el apellido del autor a modo de mantra, hasta que lo ubica y me lo pasa. Luego de un escueto gracias de mi parte, la mujer se esfuma.
Del dolor de cabeza y esa rabia filosa que llevaba ya no quedan casi ni rastros. Me aventuro a pensar que estar rodeado de libros es algo que tiene un efecto curativo.
En tu cara imbécil, pienso acerca de esa otra persona, hombre o mujer que también busca el libro de Noriega, mientras comienzo a hojear libros y a leer sus contraportadas y uno que otro párrafo al azar. Estoy en esa tarea cuando me encuentro con Los renglones torcidos de Dios, un libro que vi ayer en internet mientras buscaba información sobre el de Noriega. A modo de autoengaño pienso que ese encuentro fortuito es una especie de señal del destino, la vida, Dios, lo que sea y también decido comprarlo.
Cuando abandono la librería ya no tengo rabia ni dolor de cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario