Me refiero al objeto, no a la bebida. Tengo varias tazas, pero desde hace un tiempo no me sentía a gusto con ninguna. No sé, pienso que para disfrutar el café —ya sea el de la mañana, el de mediodía o el de la tarde, el que sea—, la taza que se utiliza juega un papel importante.
Hay tazas que no están a la altura de la experiencia, o que simplemente no combinan con uno. Ayer, en un centro comercial, entré a una tienda de Casa Ideas. Mientras caminaba distraídamente por los pasillos, me topé con la sección de mugs. Los observé con detenimiento, sin ninguna intención de compra, hasta que vi una taza de café, de color azul marino con una franja roja en la base. Escogí al azar una de las muchas que había de ese modelo. Allí, mientras la sostenía en mis manos, pensé: "Esta es mi tacita de café."
Hoy, cuando me levanté por la mañana, había olvidado por completo la compra y solo la recordé hasta que me puse a hacer el café. Luego, al echarle el chorrito de leche para combinarlo con el café y darle el primer sorbo, supe que había seleccionado la taza adecuada.
Quizá esa sensación extraña de sentirme tan a gusto con una taza que seguro han comprado más personas tiene que ver con una sensación de desarraigo a medias que experimento desde que cambié de residencia. Atrás dejé la taza que usaba. Digo "a medias" Porque, en estos momentos, ando entre dos lugares. Soy morador de ambos, sin pertenecer completamente a ninguno.
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