Son las dos de la mañana. Estoy a punto de acostarme y de repente se aparece en mi cabeza una idea para un escrito. La mastico por un rato,el sabor de sus jugos me dice que no es un cliché o lugar común, hasta convertirla en bolo idealistico.
No puedo dejarla en el esquivo mundo de las ideas, mucho menos cuando se apareció sin ser invocada. Agarro mi libreta y trato de desarrollarla en 46 palabras que garabateo deprisa sin esforzarme en la puntuación del párrafo. Sonrío porque ya no se me va a escapar, tal vez más tarde la deseche o me parezca una completa basura, pero por el momento podría competir, de llegar a existir, por el premio nobel de ideas generadas entre las 2 y tres de la mañana.
En la tarde me enfrento a ese primer borrador que Hemingway siempre consideró una mierda. Leo y releo lo que escribí. Hemingway tenía razón, que arrume de palabras tan sonso. La madrugada, estemos borrachos o no, tiende a embellecerlo todo.
No quiero ser derrotado por un puñado de palabras, y las escribo en un documento de word. "Ahora si veamos cual es la pendejada" pienso y a la vez les hablo a las palabras, me gusta desafiarlas. Nos comunicamos telepáticamente pero no me responden nada, se les siente la rabia previa a una manipulación indiscreta de quien les dio vida.
Copulan entre ellas y se reproducen hasta 170 en un segundo borrador y 199 en el tercero. ¿Cuál es el número de borradores óptimo? No sé, Hemingway solo habló acerca del primero. Espero llegar al quinto para dejarlas descansar.
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