Levantarse y bañarse con agua fría para despertarse por completo. Desayunar algo, un café con un pan, un batido insipido, lo que sea y salir corriendo al trabajo. Manejar como un loco por las calles de la ciudad, pegarse al pito y mentar la madre por lo menos 30 veces antes de llegar a la oficina. Así, oscuras, eran las mañanas de Felipe Salguero.
Un día el motor de su carro no encendió. Utilizó 10 de los madrazos del trayecto de su casa a la oficina, combinándolos con golpes contra el volante. Abandonó el parqueadero de su edificio no sin antes darle un portazo a ese maldito pedazo de chatarra, un flamante BMW de color negro.
Salió de prisa caminando y el sol le encandiló los ojos. Lo maldijo. Hacia mucho que no tomaba el metro subterráneo. Luego de caminar 10 minutos llegó a Ground Cantral,una de las estaciones del metro. Había olvidado cómo era: Personas bajo la batuta del afán todas evitando contacto visual con los demás, "Mucho mejor, suficiente tengo con compartir espacio con ustedes" pensó. Vendedores ambulantes, músicos, vagabundos, un universo al que se había desacostumbrado por completo, terminaban de adornar esa cálida mañana.
Alguien comenzó a tocar violín y la gente, contradiciendo su afán, se arremolinó alrededor de la interprete, una mujer ciega que llevaba gafas negras y un sombrero púrpura. Tocaba una sonata que invitaba a la nostalgia y a evocar recuerdos tristes. Varias personas se pasaban las manos por sus ojos para limpiar sus lágrimas.
En ese momento llegó el metro y el público quedó entre Felipe y el vagón que debía abordar. Se las arregló para traspasar la multitud a punta de empujones e insultos. "Maldita ciudad, maldita ciega, pero claro todos se relamen en su condición de discapacitada y se les cuela la tristeza como si nada, ¿acaso no tienen que trabajar?" se dijo mentalmente.
Su viaje en metro no duró más de 20 minutos. Se acopló al afán de la mañana fácilmente y salió corriendo del tren. Ese día tenía una reunión muy importante, iba a cerrar un negocio con uno de los magnates de la ciudad.
Cuando llegó al edificio, el sector de los ascensores estaba repleto. No lo dudo un instante y tomó las escaleras. Comenzó a subir por ellas a grandes zancadas, mientras maldecía mentalmente su mal estado físico, En el octavo piso sintió una punzada en su pecho que lo hizo caer y rodar por un par de escalones. No solo su carro fue el que dejó de funcionar ese día.
No se sabe quien contrato la música para su funeral, pero ese día la ciega tocó como nunca. Todos los asistentes lloraban; era difícil saber si a causa de la melodía o por la partida de Felipe Salguero.
Alguien comenzó a tocar violín y la gente, contradiciendo su afán, se arremolinó alrededor de la interprete, una mujer ciega que llevaba gafas negras y un sombrero púrpura. Tocaba una sonata que invitaba a la nostalgia y a evocar recuerdos tristes. Varias personas se pasaban las manos por sus ojos para limpiar sus lágrimas.
En ese momento llegó el metro y el público quedó entre Felipe y el vagón que debía abordar. Se las arregló para traspasar la multitud a punta de empujones e insultos. "Maldita ciudad, maldita ciega, pero claro todos se relamen en su condición de discapacitada y se les cuela la tristeza como si nada, ¿acaso no tienen que trabajar?" se dijo mentalmente.
Su viaje en metro no duró más de 20 minutos. Se acopló al afán de la mañana fácilmente y salió corriendo del tren. Ese día tenía una reunión muy importante, iba a cerrar un negocio con uno de los magnates de la ciudad.
Cuando llegó al edificio, el sector de los ascensores estaba repleto. No lo dudo un instante y tomó las escaleras. Comenzó a subir por ellas a grandes zancadas, mientras maldecía mentalmente su mal estado físico, En el octavo piso sintió una punzada en su pecho que lo hizo caer y rodar por un par de escalones. No solo su carro fue el que dejó de funcionar ese día.
No se sabe quien contrato la música para su funeral, pero ese día la ciega tocó como nunca. Todos los asistentes lloraban; era difícil saber si a causa de la melodía o por la partida de Felipe Salguero.
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