Algunos afirman que el primer día hábil de la semana los toma preparados o, de cierta forma, recargados de energía, listos para enfrentar lo que la vida les tenga preparado para los 7 días que están por venir, otros persisten en abrigarse y quedarse envueltos en la modorra que acompaña el inicio de la semana, salpicada por los dos días de descanso previos; actitud distante para el primer bando.
Lunes. Es de noche y camino por un centro comercial. La mayoría de locales ya cerraron y son pocos los que continúan abiertos, con sus dependientes ordenando artículos de forma perezosa y tal vez con muchas ganas de abandonar lo más pronto posible su lugar de trabajo.
“Es que a yo-no-sé-quiencito no le gusta ni mierda”, le Dice una mujer, con voz potente y a la que no veo, a su interlocutora. Imagino que yo-no-sé-quiencito es su jefe y que es una persona que molesta bastante. Su subalterna tiene mucho mal genio, quizá estrés del primer día de trabajo de la semana, o algo que esa persona le dijo que la saco de sus casillas. Con yo-no-sé-quiencito, quien quiera que sea, valga la redundancia, encima, la semana no augura un buen futuro.
Me pregunto a qué bando pertenecerá la señora, ¿a los de la modorra o a los recargados de baterías? ppuede que el incidente la hunda más en su pereza o quién sabe cuánto porcentaje de batería para el resto de semana se le habrá ido hoy.
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