El abogado Mauricio Malvarés, después de cumplir con su ritual de inicio del día: levantarse exactamente a las 5:52 a.m. tirar las cobijas al piso para combatir las ganas de quedarse enroscado en ellas, hacer 50 flexiones de pecho y 100 abdominales, para contrarrestar ese sentido de culpa que a veces le produce su protuberante panza y deficiente estado físico; ducharse con agua fría y preparar café, se sienta en su escritorio (en este punto, el lector debe suponer que Malvarés también se vistió y cepilló los dientes) para terminar de revisar y luego enviar un informe al que le ha dedicado más de una semana.
Pasa una hora en la que añade otro par de ideas, repasa conceptos y leyes en sus manuales, unos viejos libros con tapas de colores imprecisos, y le da una nueva pulida a la redacción del texto. Malvarés piensa que una coma bien o mal puesta, puede cambiar el destino del mundo.
El mundo. Siempre ha intentado estar en paz con él y todo lo que contiene, en especial con los de su especie, las personas, supuestos seres inteligentes capaces de discernir entre el bien y el mal.
El tema es que, como en muchas ocasiones, entra a jugar el jodido punto de vista, y lo que es bueno para uno es malo para el otro y viceversa; una de las miles de razones por las que todo se tuerce y el momento en que las amistades o lazos de afecto entre dos personas comienzan a desteñirse.
“¿Qué nos queda?” se pregunta. “Recordar los buenos tiempos, y esperar a que un matrimonio o un funeral nos vuelva a poner en contacto con aquellos a los que les hemos perdido la señal. Guardar la compostura que demandan esos ritos sociales; fingir, si es el caso, y dejar que la vida siga adelante, teniendo cuidado de que no nos atropelle” concluye.
Dentro de poco va a asistir a un matrimonio. A ratos practica ese gesto de sonrisa que esconde un “jódanse todos”, que utiliza en diferentes reuniones sociales. ¿Con quién se encontrará esta ocasión? De seguro con viejos conocidos con los que ha perdido contacto, algunos a los que quizá ya no desea ver por ningún motivo en particular, solo porque sí, porque las rutinas se encargan de consumirnos y, además, no todas las acciones deben ocultar un motivo ni provocar una reacción. Las cosas pasan y ya, las personas van y vienen.
Malvarés preferiría asistir a un funeral, pues el semblante taciturno que los asistentes llevan en este, alejado de sonrisas y falsas muestras de afecto, les da cierto aire de autenticidad.
Le pone el punto final al documento que redacta y lo envía. Al rato olvida su disertación sobre matrimonios y funerales y se embarca del todo en su rutina diaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario