Luego de despertarse, Había pasado una media hora y no lograba conciliar el sueño. ¿Exceso de calor, frio, qué? las posibles razones que buscaba eran excusas, pues sabía que su estado de vigilia en plena madrugada se debía al sueño que había tenido, y a la infinidad de interpretaciones que le estaba achacando.
Mariana, su esposa, caminaba en frente de él con dos grandes maletas, y él, por más que apuraba su paso no lograba alcanzarla. Como matemático le gustaba que todos sus asuntos, en lo posible, fueran medibles, precisos, exactos, dado el caso. Le aburrían en extremo esos mensajes subliminales de los abismos de su mente. Imágenes que se formaban de una nada repleta de recuerdos y sensaciones que daban pie a esos cortometrajes, muchas veces mudos y sin sentido alguno.
Dio varias vueltas en la cama, prendió el televisor y la habitación se ilumino tenuemente, cambió los canales si ánimo de engancharse en un programa, lo apagó. Sacudió las cobijas; ahora, después de tanto movimiento, tenía calor.
Hacía poco había leído un artículo sobre meditación, “maricadas de hippies bareteros” solía pensar, pero en esta ocasión cerro los ojos, tomo aire, lo retuvo hasta que no aguanto más y lo expulsó despacio. Se imaginó lo ridículo que se debía estar viendo y decidió dejar de conectarse con su ser interior y esas pendejadas.
Abrió los ojos con violencia; al cabo de unos segundos su visión se acostumbró a la oscuridad. Antes de dejar de mirar un punto fijo en el techo, repaso mentalmente la ubicación de los objetos de su habitación; a medida que los listaba mentalmente, volteaba a mirarlos, como para asegurarse que no fuera un sueño.
La mesa de noche de Mariana, ella que, quieta y dormida también adquiría una condición de bulto, de objeto, de algo; el teléfono, una lámpara sobre la mesa de noche de ella junto, casi siempre, a un libro. Esta vez no había ninguno. Su lado de la cama, el derecho; el interruptor al alcance de su mano izquierda. Tiene ganas de acabar con su ridículo juego de tinieblas, pero no prende la luz, prefiere seguir observando todo en sombras, siluetas y oscuridad.
Le entran ganas de fracturar la rutina, de quebrarla, pero la rutina que menos incomoda, por lo menos para algunos de nosotros, es la de la noche. Sigue con su juego: Un cuadro en la pared de la derecha, desagradable, pero él y Mariana lo habían pintado a cuatro manos (¡tremenda cursilería!) y se supone que eso lo dota de un valor único. Es un paisaje, un valle en un día soleado con mucho verde y nubes perfectas, pero en la oscuridad su buen tiempo perdía sentido, da igual que fuera un lodazal.
Ahora trata de imaginar su cara reflejada en el espejo que está justo al lado del cuadro. Se imagina con gesto de “cara de nada”, que difiere de estar serio y es más bien como la cara de un muerto mientras lo velan.
Libera su pierna izquierda de las cobijas y se refresca con el cambio de temperatura. Piensa que justamente eso es la vida, un eterno contraste de temperaturas, pasamos o nos pasan de vapor sobrecalentado a hielo como si nada, y ahí seguimos.
Ahora el closet. Recuerda que Mariana alguna vez le había dicho que, según los marihuaneros del Feng shui, estaba en una posición inadecuada, pero ¿cómo putas mover el hueco del closet a otro lugar del cuarto? Los huecos no se mueven, solo se tapan. Sabía que ningún libro sobre el tema le iba dar la solución. Imaginó la ropa de su mujer, vestidos colgando como cadáveres de los ganchos; llegó a su mente la imagen del baby doll negro con encajes rojos, sonrió, pero al instante frunció el ceño al recordar ese caro abrigo de piel que ella le hizo comprar el año pasado, como si se fueran a ir de vacaciones a la Antártida.
Ahora el televisor; intentó imaginar que programa estarían dando en este momento, seguramente televentas y sus ridículos productos, como esos audífonos que alguna vez vio que promocionaban, con los que aseguraban que incluso se podía escuchar el zumbido de una abeja, ¿Para qué carajos quiere uno escuchar eso? Pero hay gente para todo en este mundo o, por lo menos, eso es lo que la gente dice.
El celular vibró a causa de una notificación, “un correo de spam” pensó, un mensaje automatizado, seguramente, que pretende decirle que es lo que necesita para seguir viviendo, una oferta que no puede dejar pasar, un curso al que le quedan pocos cupos o alguna taradéz por el estilo
El maldito calor termino por llevarlo al baño, a pararse en frente del espejo a mirar su cara de muerto o de nada. Orinó, bostezó, volvió a la cama y en menos de 5 minutos se quedó dormido.
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