Medio día.
Sin preocuparme en dar un vistazo por la ventana, a pura intuición, tomo el paraguas y salgo a hacer una vuelta que se va a trifurcar en tres: una consignación, la compra de un plátano maduro y la de una gaseosa.
Cuando piso la calle sonrío ante mi acierto del pronóstico del clima, pues unas gruesas gotas de agua comienzan a oscurecer el pavimento. Tengo todo bajo control: primero voy a ir al banco, luego a comprar el plátano y por último iré a la tienda.
Varias personas caminan de afán sin paraguas, los compadezco, o bien por su deficiente capacidad para pronosticar el clima a punta de feeling, o porque no tienen o dejaron la sombrilla en algún lugar.
Mi vuelta transcurre sin problemas. En el banco no hay fila y en el restaurante me entregan el plátano casi al instante después de pedirlo, solo queda comprar la gaseosa. El cielo finalmente no se quebró en la forma que esperaba y ahora llueve sin ganas.
A menos de media cuadra de llegar sano y salvo a casa, camino por la entrada a los parqueaderos de un edificio de oficinas, con mis manos ocupadas con el paraguas y dos paquetes. Es un terreno inclinado y está muy resbaloso.
He pasado miles de veces por el lugar así que no le presto atención, pero a los dos pasos siento como mis tenis se deslizan por la superficie como si estuviera hecha de jabón. Patino y muevo las manos y todo mi cuerpo violentamente para mantener el equilibrio. Lo logro, “Mucho putas, todo bajo control”, pienso.
Levanto la cabeza con orgullo y cuando voy a dar el segundo paso todo el esfuerzo previo pierde sentido, pues me resbalo, y esta vez ni el piso ni mis tenis le colaboran al equilibrio y me estampo contra el suelo. Caigo de cola y creo que me golpeo el coxis o, ustedes saben, justo en la frontera del culo con la espalda.
Ya en el piso, casi del todo boca arriba, caigo en cuenta que no solté los paquetes ni el paraguas, quizás intentando salvar algo de mi dignidad. Me muevo un poco para revisar si me duele algo, pero no siento nada. Me pongo de pie y sigo mi camino como si nada.
El puto control es una ilusión.
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