El centro de convenciones de Cartagena está lleno. 1500 esperamos para ver la conversación que la periodista Alma Guillermoprieto va a sostener con la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie.
Adichie sale al escenario en medio de una tormenta de aplausos y, antes de ocupar una de las sillas ubicadas en el centro, se para enfrente de un atril para leer un texto relacionado con Gabriel García Márquez. Cuenta una anécdota de cómo fue su primera experiencia lectora con el autor colombiano: Un día, de pequeña, no hizo caso a sus padres y por querer irse a jugar con otros niños, se hizo una herida con un alambre. Luego, mientras se recuperaba y convalecía en cama, su padre le dijo: “Mira, creo que este libro te puede interesar”, y le entregó 100 años de soledad.
La conversación trata varios temas: Adichie habla sobre la guerra en su país y cómo la vida de su familia cambio por completo, al tener que emigrar de un momento a otro; de qué significa contar historias; incluso hablan un poco acerca de J.K Rowling y Harry Potter. Una de las frases con las que la escritora africana encarrila la conversación hacia el final es: “Creo que África está en el ADN de Colombia”, que abre paso a las preguntas de los asistentes.
Alisto “Americanah”, su novela, que compré en la tarde y abandono el auditorio, pues quiero que me la firme.
No entiendo esas ansias de tener los libros firmados por los autores; queda claro que aparte de poder chicanear y mostrarlo como un trofeo, la firma no le quita ni le pone a la obra, y la historia sigue siendo la misma.
Cuando llego al lugar de la firma, ya hay más de veinte personas haciendo fila. Me ubico rápido al final y delante mío hay una señora que está cuidándole el puesto a otras dos, quienes llegan afanadas y le dan las gracias mientras la primera se retira. Justo después de que esto ocurre, una mujer rolliza, toda vestida de negro y con un sombrero colgándole a la espalda comienza a alegar; les dice a las personas que llegaron que no se cuelen, que respeten la fila.
Mi yo metido sale a flote e interviene: “pero si uno estaba en el auditorio y se salió antes a hacer fila, las personas que están con uno pueden hacerse acá, ¿no?”. A medida que hablo la mujer de negro no deja de alegar: “No hay opinión que valga, no hay opinión que valga, ¡usted se coló!”. La miro asombrado y le explico que yo estaba en la charla, pero la mujer continúa alegando. Al final dos de los organizadores llegan a calmarla, y al rato Adichie se sienta a firmar libros.
Imagino una corta conversación con la escritora cuando sea mi turno:
“¿Para quién?”, pregunta ella
“Juan Manuel”, le respondo sonriendo.
Y con sus dotes de escritora, en menos de un segundo, imagina una dedicatoria corta, pero poética: Para Juan Manuel, un gran lector que bla bla bla…
Próximo a mi turno, luego de casi una hora de hacer fila, me dicen que solo puedo firmar un libro. Tengo dos: el de una amiga y el mío. Suplico que hagan una excepción. “Ok, abra la página en donde quiere que se los firme. Hago lo que me indican y ellosson los que le pasan los libros.
Adichie lo firma o garabatea, no se sabe, de afán, sin ningún intercambio de palabras.
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