Dos amigos hablan. Uno le cuenta al otro sobre el blog de una mujer, una desconocida, una tal Claudia. Le dice que leyó una de las entradas recientes que estaba dedicaba a un hombre, el amor de su vida.
El que tiene la palabra le dice a su interlocutor que a pesar de que leyó de afán, le quedó la sensación de que la mujer estaba dispuesta a dar la vida por su pareja. El hombre también recalca que era un escrito con la correcta dosis de cariño, para nada empalagoso; una bonita manera de darle las gracias a su pareja por el simple hecho de existir, “como si existir fuera tan fácil, ¿no cree?”, pregunta.
El que escucha lo hace con detenimiento, y parece que trata de imaginar a la mujer mientras lo hace. Cuando la conversación cae en un silencio, concluye: “Pues vea, yo he tenido parejas, pero creo que nunca he estado enamorado.
El que habló queda consternado ante la confesión de su amigo, y la califica como una desgracia. El primero no lo siente así, de hecho no lo siente de ninguna manera, simplemente cree que no se ha enamorado y ya, y que eso no es un delito o un pecado, y le pantea una serie de preguntas a su amigo: ¿en que consiste enamorarse?, ¿sentirse atraído por alguien y compartir la vida con esa persona?, ¿acaso solo se enamoran aquellos que, al parecer, han encontrado su media naranja?, ¿Solo se puede estar enamorado de verdad de esa otra persona, que vaya a saber uno dónde está, y qué se supone tenemos destinada?, ¿Qué tal que uno solo pueda decir que está enamorado cuando haya encontrado a su alma gemela y que millones de parejas hoy en día juntas, solo lo aparentan?
Los hombres se sostienen la mirada por un par de segundos, hasta que el primero sonríe y le dice: “Deje la maricada Martínez”, y se ponen a hablar sobre fútbol, un tema que si tiene las reglas claras.
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