Cierro la llave de la ducha y luego me doy cuenta de que después de cada cierto tiempo, se le escapa una gota de agua a la campana. Iba a utilizar el término gotera, pero la situación no es propiamente una filtración de agua a través del techo.
Aprieto de nuevo la llave, pero la gota continúa escapándose y no deja de hacerlo durante todo el día y, claro está, la noche. Llamamos a un plomero de confianza, se supone, y nos dice que al día siguiente viene a revisar cuál es el problema. Para eso nos pide fotos de la grifería y de la campana, que tomo desde diferentes ángulos, para que tenga una idea clara de qué es a lo que se va a enfrentar, y traiga todas las herramientas que considere necesarias.
El plomero, con el que todavía no tenemos confianza, no aparece al otro día, pero llama a disculparse porque se le presentó un inconveniente. Nos dice que sin falta alguna vendrá al día siguiente en horas de la tarde.
No aparece. Imagina uno que se le presentó otro inconveniente, que tiene mucho trabajo o que no se le dio la gana venir. Cualquier rastro de confianza se fue al carajo. Mientras tanto, las gotas de agua, incansables, seguían cayendo: ploc, ploc, ploc, o como suene cuando una gota se estrella contra el suelo.
Hablamos con la administradora del edificio para ver si conoce a alguien que nos pueda ayudar. Nos dice que hay una persona encargada de los arreglos locativos que está viniendo con frecuencia. Le pedimos el favor de que le diga si puede pasar, en cualquier momento del día, a revisar el daño.
Media hora después de nuestra conversación timbran y abro la puerta. Me encuentro con un señor de aspecto rollizo que lleva un tapabocas negro y solo una camiseta, a pesar de que la tarde es fría.
“Buenas tardes vengo a ver el problemita, ¿dónde es?”, me pregunta
“Es en el baño, siga por acá”, le respondo. “¿Cuál es su nombre?”
“Luis”.
Al llegar al baño le muestro qué es lo que está pasando. Luis le echa un vistazo rápido y determina que lo que no funciona de forma debida son los empaques, y dice que la grifería está muy vieja.
Pienso que las tuberías y todo lo relacionadas con ellas, son la metáfora perfecta para evidenciar como el paso del tiempo causa estragos en todo. Aquí tal vez si aplique el término gotera, pues una de sus definiciones es: “ Indisposición o achaque propios de la vejez”.
Cuadro con Luis para que pase el siguiente día a las 9.
A esa hora ya estoy listo para recibirlo. Llega a las 9:20 con una caja de herramientas en una mano y una sonrisa en su cara. “Es un buen tipo Luis”, pienso. Ya en el baño, me pide un trapo viejo y papel periódico para poner sobre el piso de la ducha. Le digo que voy a estar en el comedor, y que si necesita cualquier cosa, que por favor me avise.
Luis saca sus herramientas, desarma los grifos y comienza a trabajar. Pasado un tiempo me muestra cuál es la raíz del problema: los empaques son redondos y la forma donde casan en la grifería es cuadrada, por eso no tienen buen agarre y no trancan por completo el flujo del agua. También me cuenta que logró desaparecer la gota de agua de la campana, pero que su arreglo produjo un nuevo escape por uno de los grifos.
A las 10:30 me dice que necesita comprar un yo no sé qué. Le doy un billete y sale a buscar una ferretería.
Cuando vuelve dice que no consiguió lo que buscaba, pero que compró otra cosa con la que puede hacer el arreglo. Va de nuevo a su lugar de trabajo y de vez en cuando escucho su martilleo, pero lo que más escucho es como reniega y se lamenta consigo mismo: “Nooo, pero ¿esto qué es?, no puede ser”. “Aghh, no no no no no”, y otras expresiones similares.
Cuando van a ser las 12 me acerco; y apenas se da cuenta de mi presencia me dice: “Nooo patrón esto es severo chicharrón”. Pienso que va a tirar la toalla. “¿Y entonces?”, le pregunto con tono de preocupación, pues la grifería esta desarmada y quitamos el agua en el apartamento. Me parece que toco, de alguna forma, su orgullo de plomero de mil batallas, y que no piensa rendirse, pues seguro a tenido trabajos más difíciles que este. “Tranquilo que yo no los voy a dejar así. Tengo que salir a comprar un yonoséqué, pero me toca ir un poco más lejos”. “Bueno”, le respondo, “¿Y eso cuánto cuesta?”. “Tranquilo que con las vueltas de lo que compré me alcanza".
Y sale de nuevo a buscar esa pieza que va a solucionar el problema.
Llega a las 2 de la tarde, con un semblante de fatiga: cara roja y respiración agitada. No pierde tiempo en explicaciones y se va de nuevo a su lugar de trabajo. A los 20 minutos me grita para que ponga el agua. Cruzo los dedos y Abro el registro. Ya no se le escapa ni una gota a la campana, ni hay fuga alguna por la llave.
Luis es nuestro plomero de confianza.
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