Salgo a comprar unos medicamentos, pan y dos lápices, porque los anteriores se encogieron demasiado rápido. El orden de la vuelta es: Droguería, pan, papelería. Aparte de que hay poca gente en la calle, parece que es un día normal con bastante tráfico, pero hay algo en el ambiente que dice que hemos cambiado, que ya no volveremos a ser los mismos, que la pandemia y todo lo que ha traído, se instaló en lo más profundo de nuestra psique, como un archivo temporal o el historial de un navegador web, que nunca se han borrado, en fin.
Le doy vueltas al tema por un rato, para ver si logro precisar qué es lo diferente a nivel de consciencia, pero no saco ninguna conclusión importante. Al rato, ya cerca de la droguería, me olvido del tema.
A menos de 5 pasos del local, siento como el caucho del tapabocas se revienta. No sé si lo forcé al ponérmelo, estaba gastado o cuál fue la razón, pero lo alcanzo a agarrar antes de que caiga al suelo.
Miro a ver si puedo hacerle algún arreglo temporal, pero soy malo para esas cosas y, además, no llevo nada encima con qué arreglarlo. Me angustio por unos segundos, pues pienso que el virus está a la caza de aquellos que no llevan tapabocas, así que lo sujeto contra mi cara con la mano derecha, pero eso también me molesta, pues ¿acaso no dicen que una vez puesto, se debe evitar tocarlo con las manos?
Ya en la droguería, y luego de pedir los medicamentos, también pido un tapabocas. “No tenemos”, responde la mujer que atiende. Siento que el conflicto en mi salida comienza a escalar, y pienso en modo trágico: “ahora quién sabe que más va a pasar”. “Es que los pocos que llegan, se agotan en nada”, concluye la mujer al ver mi cara que, supongo, debe llevar un gesto de angustia.
No me queda otra que sostener el tapabocas con la mano y camino hasta un Tostao. Cuando me acerco a la caja a hacer el pedido, veo que también venden tapabocas y pido uno. Son de esos de tela que toca amarrar y que me parecen tan poco funcionales como los jeans con botones, pero mejor eso que nada.
Ya en la papelería, compro los dos lápices y un marcador negro de punta gruesa, porque el que tengo se acabó luego de hacer varios dibujos con fondos negros, para lograr un efecto de negativo. Le pregunto a la mujer que la atiende como sigue su hija en Paris y me dice que está bien, pero encerrada, y que eso es una lástima, pues los apartamentos en los que viven los inmigrantes son muy pequeños, y guardar la cordura, confinados en esos espacios tan reducidos, es todo un reto.
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