Hace 8 años tome una foto en Montmartre, en una calle con cafés y restaurantes. Una tía que vive en Alemania, y que visité durante ese viaje, dice que uno no debería tomar fotos de los lugares, ¿para qué?, lo que importa es tomarle fotos a las personas con las que uno viaja.
Como era la primera vez que visitaba Europa, yo le tomaba foto a todo y a todos. Recuerdo que en esa foto de la que les hablo, capturé en ella a un hombre que estaba sentado leyendo un libro pequeño de bolsillo, y de vez en cuando le daba sorbos a una taza que descansaba sobre una mesa redonda y pequeña. El hombre tenía cruzada la pierna derecha sobre la izquierda, ¿acaso cual otra?, pero de esa manera en que algunas personas cruzan las piernas como si fueran contorsionistas, y en ocasiones la movía de forma nerviosa; tal vez atravesaba, en esos momentos, un punto álgido de la narración. El hombre También fumaba un cigarrillo al que le daba unas cuantas caladas seguidas antes de volverlo a poner sobre un cenicero de vidrio, también pequeño. Era, al parecer, un café con medidas justas, en el que no se podía desperdiciar espacio alguno.
Cerca, aunque no salen en la foto, había un trio de emigrantes, al parecer, africanos. El guitarrista llevaba un pantalón amarillo y chaqueta negra; el que tocaba el bongó llevaba una camisa blanca, y el último, el cantante, un pantalón negro, una camisa de cuadros rojos y blancos, y unas gafas negras de marco rojo. El grupo repetía el coro de Guantanamera una y otra vez; se veían alegres y varias personas se acercaban a echar monedas en un sombrero que habían acomodado en el piso.
Esa es una de las escenas más frescas que aún conservo de ese viaje y que, de repente, aparece en mi cabeza como si estuviera conectada con cada cosa que hago. Cada vez que eso pasa, me pregunto qué estaría leyendo el hombre del café.
No hay comentarios:
Publicar un comentario