Aparece una alerta en mi celular y lo desbloqueo para ver qué es. La notificación corresponde a una charla: Editar la no ficción”, a cargo de Leila Guerreiro, que había olvidado por completo. Desde que comenzó la pandemia me inscribo a cuanto curso, webinar, clase, aparezca en mi mail, pero suelo olvidar la mayoría, o cuando llega el momento me da pereza y no me conecto.
Decido ver esta charla, porque he leído un par de piezas de Guerreiro, y es de esos escritores que escriben sabroso; ustedes saben, esos escritos que cuando uno los termina de leer se siente ligero, como renovado.
También me agrada su voz, que arrulla, con un acento argentino no muy marcado. Me parece que trata de ser precisa o, más bien, sincera en todo lo que dice. De vez en cuando se queda callada, mientras su cerebro trabaja a mil en busca de la palabra precisa.
Cuenta que antes de ser editora es periodista y habla de la importancia de autoeditarse, de hacerle preguntas al texto para ver si cumple con lo que pretende exponer. También dice que un buen editor debe ser una sombra digna del autor, y que si no hay que tocar nada, pues no hay que tocar nada.
Concluye que el trabajo de editor es no convertirse en un autor, sino ayudar a robustecer el texto, y que no hay nada peor que un escritor se encuentre con un editor que hubiera querido escribir el texto o con uno de esos que quiere que el escritor fracase.
Debe ser bueno trabajar con Guerreiro como editora, pues dice que le gusta responder las inquietudes de lo autores rápido, y que si un editor no contesta en dos días un mensaje, es porque tiene cero interés en trabajar el texto.
Además, está en contra de la cefecitis aguda, es decir, cuando le proponen encuentros para tomarse un café y hablar sobre un proyecto, pues dice que tienden a convertirse en miles de horas en las que se trabaja poco.
“En la no-ficción nada funciona como adorno, todo tiene
que estar al servicio de la historia”
—Leila Guerreiro
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