A veces me fijo en desconocidos, que son fotografiados para una publicación de prensa, y me hago una serie de preguntas: ¿Quién es? ¿Qué lo aflige o le causa alegría? ¿Qué le pasaba por la cabeza justo en el instante en que le tomaron la foto?
Así, capturados de forma desprevenida, pienso que son vulnerables, y que su gesto del momento refleja toda su humanidad: buena, mala, podrida, como sea, pues no están preocupados por sonreír o salir sin papada en la foto, no fingen nada.
Es una calle con mucho comercio y está abarrotada de gente que, contrario a todas las recomendaciones, le apuesta al acercamiento social. Paseo la mirada por la foto de izquierda a derecha, como si la leyera, para captar a alguien sin tapabocas. Eso solo lo hago para angustiarme, pues en el momento en que identifique a ese infractor, determinaré que lleva el virus y escogeré al azar a un par de personas que se encuentran cerca de él, que ya infectó, y después intentaré, en cuestión de segundos, imaginarme la cadena de contagio de cada uno de ellos. Hoy no ocurre eso, porque todos los que aparecen llevan puestos tapabocas negros de tela, o de los quirúrgicos.
Hay dos corredores por los que transita la gente y en la mitad hay miles de prendas de vestir que las personas toman, acarician, se miden, lo que sea que uno pueda hacer con la ropa. A pesar de que la foto, claro está, es estática, un segundo del tiempo detenido en una imagen, refleja caos, movimiento y un frenesí de compra en casi todos los que aparecen en ella.
Digo casi todos, porque la mujer en la que me fijo parece haber aparecido ahí por error. Estaba, digamos, en la cocina de su casa preparándose un café, estornudó, y cuando abrió los ojos apareció en esa calle. Digo esto por su lenguaje corporal, lo que sea que eso signifique.
Mientras todos buscan prendas y conversan sobre la calidad y el precio de las mismas, la mujer está ensimismada en sus pensamientos. En medio de ese estado cuasi cataléptico, aprovecha para acomodarse el tapabocas con la mano derecha, mientras que con la otra sostiene, lo que parece ser, una bufanda.
Tiene su mirada fija en un punto que no alcanza a captar el lente de la cámara, pero, parece, mira sin mirar, es decir está y no está, pues no presta atención a lo que ocurre a su alrededor, sino que está concentrada en quién sabe qué tipo de recuerdo, que la tiene anestesiada y no la deja actuar. Definitivamente es una intrusa en la escena, y no hay modo de saber qué hace ahí.
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