No le veo problema a hacer planes solo. Es más, creo que cada persona debería tenerlos. En mi caso, como ya he escrito antes acá, uno de mis planes solitarios favorito es ir a la Feria del libro.
Puede ser que después vaya con amigos —Sí, hay gente así, que va más de una vez a la misma edición de una feria del libro—, pero esa primera asistencia, creo, tiene algo de ritual.
Me gusta ir en los primeros días de la semana cuando el lugar esta más o menos desocupado y pasearla a mi ritmo; demorarme en cada stand lo que me venga en gana sin tener que seguirle el paso a nadie, hojeando libros como si no hubiera un mañana.
También he tratado de perfeccionar el arte de ir a cine solo, en ocasiones en que no he conseguido con quien ir. Recuerdo que han sido tres películas las que he visto solo: Ted la del oso de peluche con vida, que a todo el mundo le parecía mala, pero eso no evitó mis ganas de verla; Guerra mundial Z y la de la vida de Tolkien. Esta última si tenía claro que quería verla solo, por mi fascinación con ese autor en mis épocas de Colegio.
Si de almorzar solo se trata también lo he hecho muchas veces. Por ejemplo, en el último lugar en el que trabajé, la mayoría de empleados llevaban almuerzo y mi único compañero para ir a comer era el diseñador, pero cuando no coincidíamos por una u otra razón, no me quedaba otra opción que ir a almorzar solo.
También lo hacía, porque si hay algo que detesto es quedarme encerrado en una oficina a esa hora, al igual que hablar de temas de trabajo durante el almuerzo.
Cuando el diseñador renunció llevé el arte de almorzar solo a su máxima expresión.
Cuando eso me pasaba en otra empresa en la que trabaje en el 2007, y luego en otra en el 2013, era algo que me gustaba porque ambos lugares quedaban cerca de librerías.
Recuerdo que en ese entonces, almorzaba lo más rápido posible para tener tiempo de hojear libros antes de volver a la oficina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario