La reunión es a las 8:30 a.m. pero en un arrebato de puntualidad llego al edificio a las 8.
Como siempre, como es un lugar del centro de la ciudad que nunca había visitado, me siento desubicado.
Cuando doy con la dirección, me encuentro con un grupo de personas, parecen ser integrantes de un sindicato, que revolotean de un lado a otro, en una especie de plazoleta.
Una mujer se acerca a entregarme un volante y le digo: "no gracias". Sus ojos, por encima del tapabocas parecen preguntar: “¿entonces qué carajos hace acá?”.
Ahora le pongo atención a un hombre que habla fuerte. Dice algo sobre un documento que les quieren cobrar, que antes no era así, y que por eso deben exigir que todo vuelva a ser como antes.
No hay arengas ni nada.
Otra mujer se acerca a darme un volante y vuelvo a decir mi frase cordial de combate: “no gracias”.
A diferencia de la anterior, a esta parece importarle poco mi respuesta, y sale disparada a buscar otra persona a quien entregarle el papelito.
No veo una entrada al edificio por ningún lado. Me acerco a un portero. “¿Por donde ingreso?", le pregunto
“¿a este edificio?" contrapregunta. "Sí", Le respondo.
"Ahh, por el frente", dice como si fuera obvio, y tal vez lo sea, pero para personas con un sentido normal de la orientación.
"¿Por acá?, le pregunto. Sí, responde en un tono cansado, mientras pasea su mirada por el grupo de manifestantes.
Encuentro la entrada al edificio, paso la maleta que llevo por una máquina de, supongo, rayos x y cuando vuelve a aparecer al otro lado, la recojo y me dirijo hacia los ascensores.
Son 6 y oprimo el botón de 1. Mientras lo espero, una mujer muy arreglada llega a la zona de ascensores y me saluda como si fuera un viejo amigo. No entiendo qué le pasa a los trabajadores del edificio, pues con otro par que me he cruzado también me han dado los buenos días; no quiero decir que este mal ni que me moleste, solo que me parece extraño tanta cordialidad urbana, en fin.
La puertas de un ascensor se abren, pero me doy cuenta tarde y justo cuando voy a entrar, me estripan.
Miro a la mujer arreglada con rabia, como si fuera culpa de ella, y a otro hombre que acaba de subirse y que lleva un vaso de café de Juan Valdez en sus manos. Este nos saluda apurado, como si se le hubiera hecho tarde.
Mi reunión es en el piso 3. Me demoro un rato en encontrar el número en el tablero, los hay hasta el 30, y cuando lo veo lo oprimo, pero se apaga al instante.
Repito la operación un par de veces sin éxito alguno. La mujer se baja en el piso 26 y se despide de nosotros. Luego de que las puertas se cierran el ascensor sigue subiendo a toda velocidad.
"¿Cómo hago para llegar al piso 3?”, Le pregunto a mi compañero de viaje de ascensor, el buen hombre con el vaso de café.
"Mmm este no para en ese piso, tendría que devolverse al uno y coger el primero de la derecha.
Le doy las gracias y lo acompaño hasta el piso 29. Luego, cuando llego de nuevo al primer piso, salgo al pasillo de ascensores y veo un letrero que indica para que pisos funciona cada uno. Juro que cuando llegué no estaba.
Tomo otro ascensor, con el que por fin doy con el tercer piso.
Más tarde, en la reunión, la ventana de la sala da a la plazoleta a la que llegué en un principio. Ahora alguien llevó un parlante y suena música protesta: “Solo le pido a Dios,
que el dolor no me sea indiferente. Que la…”
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