sábado, 23 de abril de 2022

Cerveza y canciones

“¿Por qué no mejor nos tomamos unas cervezas?”, me pregunta A.

“No me baraje la comida”, le respondo, pues habíamos quedado en eso.

“Sí, pero es que cuando salí de la casa, comí arroz con pollo”

“Culpa mía no es”.

Comemos algo en un Crepes. Cuando terminamos ya son un poco más de las 9, y ahora la idea de una cerveza tiene mucho más sentido.

“¿Ahora sí Cervecita o qué?”, me pregunta A.

“Hágale”.

Cerca, a no más de una cuadra, se alcanzan a ver las luces de un BBC. Caminamos hasta ese lugar.

Está parcialmente lleno. Buscamos una mesa adentro porque afuera hay un grupo de 5 hombres y una mujer que todo lo hablan a los gritos, pero adentro caemos en cuenta de que el volumen de la música esta muy alto y que nos tocaría gritar más duro que los del grupo para poder hablar. Al final escogemos una mesa en la terraza, lo más apartada posible del grupo bullicioso.

Cuando la mesera llega a la mesa, A. le pregunta si tiene otras cervezas aparte de las artesanales, pero apenas termina de hablar ve un letrero que dice: CERVECERIA ARTESANAL.

“Díganme cómo les gusta la cerveza y yo les digo cuál podría traerles”

Menciono que a mi me gustan las rubias y A. también dice lo mismo. La mesera comienza a nombrar todas las cervezas que tiene disponibles, que tal  una es IPA, que tal otra que tiene 8 grados de alcohol, y así.

No le pongo mucha atención, así que al final escojo la IPA, de 6 grados de alcohol, porque hace poco un amigo me había hablado de ese tipo de cerveza y lo buena que le parecía. En ese momento suena una canción de The Cure; no sé cuál, pero la voz del cantante es inconfundible.

No me veía con A. desde el inicio de la pandemia, entonces nos enfrascamos fácil en una conversación que consiste en ponernos al tanto de nuestras vidas.

Los bulliciosos siguen en las mismas, gritándose aunque están uno al lado del otro. Me parece que la mujer de esa mesa, que debe ser la novia de uno de ellos está incomoda, porque es la única que no suelta carcajadas estrepitosas cada nada. Solo le da sorbos pequeños a un vaso de cerveza, como si apenas quisiera mojarse los labios y sonríe de forma tímida. Quizá piensa: “¡Quiero largarme ya!”

Sus compañeros están decididos a emborracharse y pidieron una botella de un trago, que no alcanzo a distinguir cuál es, y copas pequeñas. Comienzan a servirse shots y hacen una especie de competencia a ver quién se lo toma más rápido en fondo blanco.

Mi yo de hace muchos años estaría en la misma tónica de los hombres, sirviendo el trago y repitiendo una de mis frases más clásicas de borrachera: “si gotea repite”.

Ahora suena Could you be loved de Bob Marley.

Los hombres van por otra botella y siguen haciendo rondas de fondo blanco. La mujer que está con ellos no participa del ritual bebedor.

Uno  se pone de pie para despedirse, y su partida le da una estocada final al encuentro, pues al rato otros dos abandonan el lugar. Uno de ellos se cuelga una maleta en la espalda y cuando está dando los abrazos de despedida, exagerados y torpes, como si estuviera seguro de que nunca los va a volver  a ver, empuja un vaso con la maleta. que cae al piso y se hace trizas.

Una mesera sale a limpiar con una escoba y un recogedor. Luego vuelve para pasarles la cuenta y un hombre la agarra fuerte de una mano y la invita a tomarse un shot. La mesera forcejea un poco hasta que logra soltarse.

Miro mi vaso. Le queda poca cerveza. Me la acabo de un sorbo decidido, como si de él dependiera el equilibrio del universo.

Pedimos la cuenta.

Ahora suena Don't Stop Believin'.

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