El día, con sus afanes cotidianos, no le da tiempo para ser consciente de su ritmo respiratorio y solo cuando se acuesta por la noche, recuerda el consejo. “Ahora si voy a ponerle atención a mi respiración y me voy a relajar”, piensa cuando se va a dormir, pero apenas comienza a hacerlo, las ideas y recuerdos asaltan su cabeza y su concentración se va al carajo.
Le cuesta creer que ni siquiera puede gozar un momento de paz tumbado en su cama. Ahí está recostado, con la luz apagada, viendo como se reflejan en el techo las luces de los carros que pasan por la avenida.
“Voy a contar ovejas”, piensa. Los animales aparecen en su cabeza y decide que sean blancas y negras y que vayan intercaladas. Se imagina un campo verde bañado por un sol intenso, con pocos árboles y unas montañas de fondo. También hay trinos de pájaros, pero no alcanzan a salir en el encuadre de su imaginación.
Las ovejas van dando pequeños saltitos, hasta que Padilla las pierde de vista. Supone que son ovejas ocupadas que no pueden quedarse saltando en su mente, sino que deben repartir su tiempo entre varias personas que están a punto de dormirse.
Todo va bien hasta que otro personaje invade la escena. Es un hombre que lleva puesto un overol negro, barba poblada y empuña una escopeta. Cree no haberlo imaginado y lo vigila con cuidado.
De repente el hombre le apunta a una oveja blanca, y luego viene el estruendo del disparo ¡PUM!, la oveja cae al suelo. Sus compañeras de rebaño salen a correr despavoridas por el campo, mientras que el cazador dispara, recarga y vuelve a disparar. Lo hace muy rápido, se ve que es despiadado y tiene práctica.
“Pero, ¿qué es esto?”. Padilla abre los ojos y luego prende el televisor. “Ya ni dormir se puede”, concluye, mientras respira agitado.
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