Encima de la base de la pantalla está un tarro de tinta china, un tajalapiz, unos stickers para tapar los tornillos del escritorio que quedan expuestos, mi borrador eléctrico y otros dos de nata. Al costado derecho de la pantalla veo dos portavasos de cartón, uno de un restaurante asiático y otro de un viaje que hice a Alemania hace ya varios años. Este dice Unterjärig trinkt man obergärig, signifique lo que eso signifique, para promocionar la cerveza Eichbaum. Solo tengo claro que el verbo Trinken está conjugado en tercera persona.
Encima del portátil está mi kindle, porque me la paso cargando su batería y a su lado está un bloque de papel pequeño y cuadrado para anotar cosas. No sé de dónde salió, porque siempre que lo busco nunca lo encuentro, es un objeto que aparece y desaparece a su antojo.
Hay algunos objetos rebeldes como un chapstick con sabor a nada, una pila vieja, mi esfero de gel negro con el que siempre anoto cosas y dos rapidógrafos 0.1 y 0.5.
Ahí está mi pequeño desorden controlado, y en el que siempre encuentro lo que busco a excepción de los papeles cuadrados para anotar cosas.
En una de sus entrevistas, Rosa Montero concluye lo siguiente: En realidad todas las cosas nuevas que han enriquecido a la humanidad han nacido del desorden, y Clarice Lispector dice en uno de sus libros que no comprende una ciudad en la que no haya cierta confusión.
Parece que lo mejor es no huir del caos y mirar de qué forma abrazarlo. Al orden, en cambio, debemos mirarlo con precaución, porque seguro algo esconde debajo de su apariencia perfecta. Pasa así con personas y lugares, ya les digo.
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