Luego, como si el espacio le perteneciera, saca su celular y empieza a ver videos a todo volumen. el ruido cambia a cada segundo porque el hombre no se detiene en ninguno en específico y mueve su pulgar hacia arriba, a una velocidad descabellada, para ver el siguiente.
El hombre no sabe que a pocas mesas una mujer rubia lo fulmina con su mirada. Ella muy producida, digamos, con el pelo liso y los labios pintados de rojo sangre, teclea con furia sobre un portátil. Cada vez que lo hace, sus uñas largas y rojas suenan contra el teclado y el tintineo de sus pulseras, (perecen cientos) se esparce por la terraza. Parece que entabla una especie de batalla contra el hombre, e intenta opacar el ruido de sus videos con el de sus pulseras y el tecleo desesperado. No deja de mirarlo mal, pero el hombre no se ha dado cuenta y sigue viendo sus videos como si nada. La mujer se detiene y se agarra la cabeza con ambas manos y murmura algo (probablemente una maldición), pero su intención no es suficiente para obligar al hombre a marcharse del lugar. Ahí sigue él dándole sorbitos a su tinto y viendo videos como si de eso se tratara la vida.
El hombre, entre sorbo y sorbo, a veces ríe con lo que le ve en la pantalla. La mujer piensa que es un desadaptado, un subnormal como dirían los españoles, y que debería ponerse audífonos para no fastidiar a las demás personas que ocupan el mismo espacio. De pronto, cree la mujer, solo bastaría con decirle que le baje al volumen a su celular, pero no piensa hablar con un panzudo falto de modales.
Vuelve a mirar su pantalla de su portátil y las pulseras comienzan a sonar de nuevo. Cualquier maldición en contra del hombre, ahora la pronuncia mentalmente.
El hombre no sabe que a pocas mesas una mujer rubia lo fulmina con su mirada. Ella muy producida, digamos, con el pelo liso y los labios pintados de rojo sangre, teclea con furia sobre un portátil. Cada vez que lo hace, sus uñas largas y rojas suenan contra el teclado y el tintineo de sus pulseras, (perecen cientos) se esparce por la terraza. Parece que entabla una especie de batalla contra el hombre, e intenta opacar el ruido de sus videos con el de sus pulseras y el tecleo desesperado. No deja de mirarlo mal, pero el hombre no se ha dado cuenta y sigue viendo sus videos como si nada. La mujer se detiene y se agarra la cabeza con ambas manos y murmura algo (probablemente una maldición), pero su intención no es suficiente para obligar al hombre a marcharse del lugar. Ahí sigue él dándole sorbitos a su tinto y viendo videos como si de eso se tratara la vida.
El hombre, entre sorbo y sorbo, a veces ríe con lo que le ve en la pantalla. La mujer piensa que es un desadaptado, un subnormal como dirían los españoles, y que debería ponerse audífonos para no fastidiar a las demás personas que ocupan el mismo espacio. De pronto, cree la mujer, solo bastaría con decirle que le baje al volumen a su celular, pero no piensa hablar con un panzudo falto de modales.
Vuelve a mirar su pantalla de su portátil y las pulseras comienzan a sonar de nuevo. Cualquier maldición en contra del hombre, ahora la pronuncia mentalmente.
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