Me gusta cuando eso pasa, es decir, cuando una historia y sus personajes se meten en mi cabeza y me susurran nuevas líneas o ideas para que el cuento tenga más sentido. Hoy, cuando me levanté y me puse a calentar agua para preparar un café, lo leí de nuevo en mí celular. Fue una lectura fragmentada mientras preparaba una mezcla para hacer pancakes.
Cuando iba por la mitad de la historia seguí de largo con la lectura y el Pancake que estaba cocinando se quemó por uno de sus lados. Ahí me tocó apagar el celular y concentrarme en el desayuno.
Luego, en la mesa y cuando terminé de desayunar, seguí con la lectura y me di cuenta de unas inconsistencias en las transiciones de los pensamientos de Helena, la protagonista, a la acción de la historia, que transcurre entre la sala de espera de un aeropuerto y un avión. Como estaba lejos del computador, tomé capturas de pantalla y me las envié al Whatsapp, para editar esos segmentos luego.
En la tarde, cuando me senté a hacerle los cambios al cuento, no vi por ningún lado los errores que creí ver en la mañana. Eso refuerza mi teoría de que los escritos van reorganizando sus palabras por sí solos y por eso se deben soltar en algún momento. Caso contrario uno puede quedarse editándolos hasta la eternidad.
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