A restaurante no le quedan mesas libres. Algo nos hizo demorar en la oficina, y ese par de minutos marcaron la diferencia entre conseguir mesa y tener que hacer fila.
La mesera que siempre nos atiende, una mujer de pelo negro corto, y semblante amable nos saluda: “Hola amiguitos, ya les consigo mesa”, dice. Esperamos en la fila; al rato nos llama y nos conduce hasta una mesa donde un hombre almuerza solo. “Sigan, sigan que al él no le molesta compartir mesa."
Él es un hombre con barba de unos tres días, pelo desordenado, gafas de marco negro, y lleva puesto un saco abierto de color negro, y una camisa blanca con rayas azules horizontales. Me recuerda a las pintas que utilizaba Kurt Cobain.
Hacemos nuestro pedido y al rato a él le traen el suyo, una cazuela de frijoles humeante y un plato que lleva arroz, carne molida, un chorizo, tajadas de plátano y una porción de aguacate.
Antes de comenzar a comer, el hombre se queda mirando la taza y plato por un rato, como si fueran un problema por resolver, y luego prueba los frijoles con la cuchara.
No levanta la vista de su comida, y vuelve a adoptar su modo contemplativo. No sabemos qué tipos de cálculos realiza en su cabeza, si está sumando el número de calorías que Va a ingerir o si está diseñando un algoritmo que determinará cuál es la forma más placentera y óptima de ingerir su almuerzo.
El hombre vuelve a tomar la cuchara y con la mano libre toma el aguacate y comienza a trocearlo,para luego echarlo en la cazuela de frijoles. Sus movimientos son pausados, casi milimétricos, podría decirse, y cuando termina esa tarea vuelve a quedarse quieto por un momento pues, ya sabemos, realiza cálculos y permutaciones con la comida que no llegaríamos a entender nunca.
Él vuelve a moverse y ahora ha decidido que a su orden le viene bien un poco de caos, pues decide echar el arroz blanco en la cazuela, al igual que la carne molida, y luego revuelve todo con la cuchara.
Decide que su programa ya corre bien, y comienza a cucharear de forma tranquila, pero con un buen ritmo. A los pocos minutos termina, se acaba de un sorbo un vaso de limonada que llevaba por la mitad y mientras se pone de pie nos dice: “hasta luego, que estén bien”. “Nos despedimos de Él”, para concentrarnos en nuestros almuerzos; o bien, en nuestros programas informáticos, que asemejan un róbalo con arroz y ensalada.
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