El sol golpea a las montañas. La mayoría de nubes, suspendidas en un cielo azul claro, son blancas, pero una nube rebelde, pequeña y gris, ocupa un espacio alejada de sus hermanas. Se mueve a una velocidad diferente, más deprisa, como queriendo abandonar la escena rápido, quizá siente que no encaja con el clima del día que, perece, va a ser soleado, aunque es muy difícil prever el clima bogotano.
Esa es la vista que tengo desde un piso 8. Afuera, en a la calle, parece que todo está en silencio. Digo esto solo porque tengo unos audífonos grandes puestos y escucho a Mogwai a un volumen alto, una banda instrumental que no conocía hasta la semana pasada, cuando un amigo me la recomendó. Me parece que su música apropiada para escribir, aunque mi amigo insiste que es perfecta para dormir; esto me recuerda que alguien, no recuerdo quién, hace algún tiempo me dijo que la mejor música para dormir es la de Pink Floyd. No lo sé.
Para mí la mejor música para dormir es la que no conozco para nada, pues caso contrario, me pongo a cantar las canciones mentalmente o a tararear la melodía de igual manera, y me demoro mucho en conciliar el sueño.
Para mí la mejor música para dormir es la que no conozco para nada, pues caso contrario, me pongo a cantar las canciones mentalmente o a tararear la melodía de igual manera, y me demoro mucho en conciliar el sueño.
Volvamos con las montañas, con ese último bastión verde que le hace frente al cemento que, poco a poco, intenta tragárselas. Ahora noto que sobre ellas flota una especie de bruma, niebla podría ser, pero seguro es smog; que lástima, se ve bien.
Me gusta como suena Mogwai, parece que todo fuera una improvisación, un reflejo literal de nuestras vidas, pues las de todos, creo yo, no dejan de ser eso, una iteración constante que espera obtener un buen resultado.
Intentamos planear, programar, llegar a un buen puerto, el que sea, pero la vida se encarga de desviarnos, de derrumbar nuestros planes solo porque si, porque se le da la gana, porque tiene más fuerza que nuestra voluntad, y por eso improvisamos, pues no nos queda otra opción.
Al final nuestra existencia se reduce a la prueba y el error. Acudimos a la primera esperando no caer en el segundo, pero igual que con el clima de esta ciudad, no tenemos idea alguna qué es lo que va a pasar.
Al final nuestra existencia se reduce a la prueba y el error. Acudimos a la primera esperando no caer en el segundo, pero igual que con el clima de esta ciudad, no tenemos idea alguna qué es lo que va a pasar.
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