Pensé en escribir sobre Cuchuco y la Raspa. Cuchuco era un perro y La Raspa una gata, que mis papás tuvieron cuándo vivieron, en Sibundoy, Putumayo, apenas se casaron. Al principio la Raspa se llamó Rasputín, hasta que se dieron cuenta de que era hembra, y para no complicarse modificaron el nombre de manera fácil.
Iba a escribir sobre esa historia: Cómo mi mamá, cuando la gata se ponía a ronronear y a restregarse contra sus piernas mientras ella estaba ocupada en la cocina, le decía al perro: “¡Cuchuco saque a la raspa! Entonces el perro se movía con pereza hasta llegar a la gata, la mordía del lomo y la llevaba hasta la entrada de la casa. Esa es una historia que mi papá, al igual que muchas otras, repite y repite: , ¿pero si ven?, ya me repetí.
Imagino que uno de los síntomas de la vejez es repetirse. Aunque mi padre repite muchas de sus historias, siempre es bueno escucharlo, pues cada vez le agrega detalles nuevos o las narra de manera diferente, pero siempre de forma amena y agradable o, en el mejor de los casos, rescata una nueva de las profundidades de su memoria.
Pero bueno, pensaba escribir sobre eso más en detalle, pero ya había tocado el tema hace hace 5 años, y siempre trato de escribir algo diferente cada vez que me siento en el escritorio. Aún así, muchas veces me repito, y siempre toco temas, a veces por los laditos otras de frente, que me inquietan y rayan la cabeza.
La escritora Rosa Montero, por ejemplo, afirma que toda su obra esta atravesada por dos temas que nunca la abandonan: La muerte y el paso del tiempo, y en todas sus novelas se “repite”, vuelve y los toca una y otra vez.
El post en el que nombré a Cuchuco y La Raspa lo titulé Luz, y en él hablaba de cómo mis padres, en sus primeros años de matrimonio, vivieron por un tiempo en una casita en medio del campo, a la que la luz, como dice mi padre, llegaba sacando la lengua, y apenas tenía fuerza para prender un bombillo pequeño, solo a ciertas horas.
Ese post fue la base de las palabras que escribí para sus bodas de oro hace 2 años y, creo que me quedó bien, o por lo menos a mí me pareció así: un escrito redondito, compacto, sincero y sencillo más no simple.
Repetirse entonces, resulta inevitable. Lo hacemos todos los días.
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