Una vez me quedé donde mi hermana y me dieron unas ganas, casi incontenibles, de escribir una idea que estaba a punto de salirse de mi cabeza. Esos momentos, que son escasos, no se deben dejar pasar.
El texto que salió era una especie de cuento corto en el que intentaba hacer sentir al lector como un personaje más del mismo. Entonces, usted, querido lector, estaba sentado en la barra de un bar y el narrador contaba un suceso mientras hacía referencia a esa persona, que estaba perdida en sus pensamientos y que que bebía un líquido de color azul de un vaso con gotas que escurrían por su superficie a causa del hielo.
Al final el personaje de la barra, se volvía en un personaje protagónico, o más bien siempre lo había sido, pero al principio intenté dejarlo en un segundo plano.
Recuerdo que por momentos, pocos la verdad, lograba el efecto que quería, pero en otros se perdía. Esa tarde edité y edité el texto hasta el cansancio y cuando ya no sabía que más agregarle o quitarle, decidí dejarlo descansar. A veces esa es la única solución, dejar añejar los textos y ver si con eso mejoran o se puede tomar algo de distancia para apreciarlos mejor.
Hace poco, de nuevo donde mi hermana, le pedí que me dejara revisar el computador a ver si encontraba ese escrito, pero no apareció por ningún lado. Me pregunto qué habrá pasado con esa historia del hombre en la barra.
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