¿No es mucho vivir más de un siglo? A mí me parece que sí. De pronto lo mismo piensa Roger Daltrey, el cantante de The Who, cuando dice en My Generation: I Hope I die before I get old.
¿Qué puede hacer uno con 105 años, aparte de estar sentado en un sillón con una manta sobre las piernas mirando por la ventana o viendo televisión? Seguro hay algunas excepciones y existen ancianos llenos de vida, pero a esas alturas, creo, el cuerpo ya se debe estar muy apagado.
Claro que uno no deja de conmoverse con la noticia, y se mira con cierto respeto a la persona que alcanzó esa edad.
¿Qué pensaría ella? ¿Todavía tenía facultades mentales, o su yo ya se había diluido en la demencia senil?, pues el alzhéimer, como otras enfermedades de gente mayor, suele aparecer a una edad en la que deberíamos estar muertos. Y es que en la vejez solo se encuentran los seres que, de acuerdo a la leyes de la naturaleza, ya estarían muertos. Esa etapa de la vida no es más que eso, una cuesta descendente hasta la muerte, pero nosotros nos hemos empeñado en alargar la vida, en fin.
No sé, todo son preguntas, por ejemplo si no se llega a viejo ¿a qué edad sería bueno morir?
Felipe, un personaje de La Buena Suerte, dice que nunca va a experimentar la indignidad de la vejez, y que para lograrlo tendría que ser capaz de matarse cuando aún estuviera bien. Por eso decide suicidarse a los 82 años, pero llegada esa edad, pasan los días y Felipe no da con el momento preciso para matarse, a veces simplemente por cansancio, otras por un resfrío y otras porque se sentía más o menos a gusto con la vida.
“Suicidarse muy vivo, un suicidio que formara parte de la vida y no de la muerte”, cuenta el personaje, pues si se esperaba hasta estar enfermo, su cuerpo tomaría el mando y las células siempre se empeñan ferozmente en vivir.
De pronto Rosa Montero se basó en el escritor Sándor Márai para crear ese personaje. El escritor húngaro cuenta en sus diarios que no quería morir, pero que había dejado el revólver en el cajón de la mesita de noche para tenerlo a mano si llegaba el momento en el que quisiera acabar con su vida. Aunque cabía la posibilidad de que el final ocurriera de otra manera. “Todo es siempre de otra manera”, concluye.
En el libro sobre la muerte de Millás y Arsuaga, el paleontólogo le plantea al escritor lo siguiente: “No deberías preguntarte, pues, por qué nos morimos, sino por qué vivimos tanto.”
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