jueves, 30 de junio de 2022

Dejar de leer

Hace poco escribí algo que tiene que ver con esto, y otra vez caigo en este tema sin haberlo previsto. Si me decido a escribir sobre él, es porque creo que a esos gritos que salen del subconsciente hay que prestarles atención.

10:17 a.m.

Miro la pantalla, pero no soy consciente de las letras que están en ella. Mi cabeza está en otro lado; como cuando uno mira un punto fijo en una pared o en la distancia, pero tiene su mente en otra parte: un recuerdo, el almuerzo, una epifanía, la persona que le gusta, yo qué sé.

Ese lugar en el que estoy es una pregunta con cara de sensación: ¿Por qué no mejor me pongo a leer? Pienso en eso, porque ayer, en la noche, tenía ganas de hacerlo, pero un dolor de cabeza leve, pero constante, hizo presencia todo el día, y los muy perros tienen una gran facilidad para convertirse en migraña en un parpadeo.

“Mejor vea televisión un rato y ya”, me dijo mi yo por la noche, así que le hice caso y prendí el televisor, pero al rato, sin ni siquiera canalear un poco, lo apagué, junto con la lámpara que utilizo para leer, y me eché a dormir.

Creo que tomé la decisión adecuada, pues hoy me desperté sin rastros del dolor de cabeza, pero también noté la ausencia, si se puede decir, de no haber leído ayer en la noche.

Cuando no escribo, pienso que algo se desbarajusta en el curso de la vida, por lo menos en la mía. Bradbury decía que uno debe emborracharse de escritura para que la realidad no lo pueda destruir. Caso contrario los venenos de la vida comienzan a acumularse y nos conducen hacia la muerte, la locura o ambas cosas.

Imagino que cuando uno deja de leer ocurre algo similar. En este caso siento que las letras que no me empaqué ayer me están haciendo falta, por eso ese arrebato de ganas de leer.

Al final no lo hago, porque estoy trabajando, porque hay que ser responsable en fin, por todo ese deber ser de las cosas que a veces sabe un tanto a mierda, en fin. Pero hoy, más tarde, así haya lluvia, vendaval o terremoto en mi cabeza, me pondré al día con mi dosis de páginas diarias.

miércoles, 29 de junio de 2022

La Enana Blanca y mis audífonos

Caigo en un video que habla sobre el sol. El locutor cuenta que, hacia el final de su vida, si se puede anotar de esa manera, y luego de agotar todo su combustible de hidrogeno, su masa se recogerá en su núcleo y se convertirá en un cadáver de estrella.

Suena catastrófico, pero podemos estar tranquilos, pues es algo que ocurrirá en unos 5000 millones de años y la probabilidad de que la raza humana todavía exista, imagino que será igual a cero.

Me gusta como esa contradicción del nombre, es decir enana blanca suena como algo muy pequeño si se compara con el tamaño del sol. Todo resulta aún más extraño, porque antes de llegar a ese estado, el sol se va a convertir en una gigante roja.

Rojo y blanco, otro contraste fuerte. Por alguna razón se me viene a la cabeza la imagen de un hombre que lo impacta una bala y una mancha roja comienza a crecer en la camisa blanca, claro está, que lleva puesta.

En ese estado, hinchado y rojo, el sol que como el hombre también está muriendo, lleno de furia por el hambre y abandonar su estatus de gran astro, se va a tragar a Mercurio, Venus y la Tierra de pura rabonada. Luego ese amasijo de planetas se convertirá en un objeto muy denso y con mucha masa, pero de un tamaño similar al de nuestro planeta.

Les cuento todo esto porque cuando escuché el video estaba buscando mis audífonos y no los encontraba por ningún lado. Por un momento pensé que algo, haciendo sus veces de enana blanca, pero bajo su alter ego de gigante roja, se los había tragado. Rato después levante la libreta y ahí estaban los pobres, aprisionados por su peso.

martes, 28 de junio de 2022

Razones para no leer

No creo que existan, pero tampoco se debe ser tan romántico con la lectura, es decir, es posible que un escenario como ese ocurra. Cualquier cosa puede ocurrir luego de poner el punto que finaliza este párrafo, por ejemplo.

Hay personas que hablan de bloqueos de lectura. De repente, por diferentes motivos no se puede volver a leer por un tiempo, por más que se intente hacerlo.

Afortunadamente es algo que nunca me ha pasado. Este año tuve un momento en el que iniciaba un libro tras otro y los abandonaba luego de leer tan solo un par de capítulos, pero solo porque no me enganchaban, y bajo la premisa de que la vida es muy corta para leer por obligación, por cumplir con una estadística o sin ningún tipo de ánimo.

En ese entonces pensé: "¿será mi primer bloqueo lector?". Pero llegó Isabel Allende a salvarme con Paula y me curó de un trancazo mi crisis de lectura; fue como si me hubiera inyectado ese libro por medio de una inyección intravenosa.

Pienso que sería muy difícil, o más bien aburridor, vivir sin leer, e imagino que en uno de los días de la semana de la creación del universo, Dios dedicó un tiempo especial para inventarse la lectura, pues es, pienso, el origen de muchas cosas buenas.

También se me ocurre que podría obligarme a no leer, como cuando Doris Lessing se obligó a no escribir para ver qué sucedía. La escritora cuenta que cuando hizo ese experimento tuvo muchos problemas. Creo que no me sienta bien no escribir: me pongo de muy mal humor. La escritura te da una especie de equilibrio, dijo en una entrevista.

Seguro me pasaría lo mismo que ella y no podría prolongar esa conducta por mucho tiempo, Además, ¿para que cortar lo que le hace bien a uno?

Lessing también decía que la escritura le servía para pasar su locura a otra gente, puedo rebotarla fuera de mí. Imagino que, de cierta forma, la lectura también permite hacer eso.

viernes, 24 de junio de 2022

Hojear libros como estilo de vida

Termino, por azares del destino –porque no controlamos nada de lo que nos pasa y la vida es puro caos disfrazado de orden y causalidad–, en La Panamericana.

Cuando entro, una mesa con libros, con un cartel que dice NOVEDADES absorbe toda mi atención.

Siempre suelo ir hacia esa mesa como si tuviera las mejores obras. Cuando estoy al lado veo libros de Rosa Montero, Juan Gabriel Vásquez, Orhan Pamuk y Piedad Bonnet, entre otros autores.

"Oiga y si se compra un libro?", me comenta el comprador compulsivo que llevo por dentro.
"¿Para qué? No tengo previsto comprar libros hoy”.
"¿Cómo que para qué? Porque sí, porque siempre es bueno comprar libros. No se necesita tener una razón."
"Bueno, voy a mirar a ver si me antojo de alguno".

Pienso que, de ser así, ese libro no lo voy a encontrar en la mesa de las novedades, porque lo que realmente importa no suele estar en frente de nuestras narices ni donde los demás miran.

Levanto la mirada y escaneo los otros estantes de del lugar. "Superación personal", "literatura juvenil", "clásicos de la literatura".

Me decido por el último y lo primero que noto es que los libros que tiene son muy gruesos comparados con los que ya he visto. Está el Ulises de Joyce  ¿Cuándo lo voy a leer?, me pregunto, otro de Thomas Mann,  ¿y la montaña mágica qué? y unas obras de teatro.

Trato de imaginar como esos esos escritores escribían obras de gran tamaño a mano. Como leí por ahí, si uno no escribe es porque no quiere.

Empiezo a orbitar por el lugar y vuelvo a mesas que ya he visto, para ver si se me escapó algún título, Creo que  siempre se espera encontrar un libro diseñado exclusivamente para uno, de ahí el afán de comprar libros cada vez que se tenga la oportunidad.

De los parlantes del lugar sale reggaetón y lo acompaña una de esas voces de tarado, como si la persona no supiera pronunciar las palabras.

Al final no encuentro ese libro que le mencioné a mi comprador compulsivo, pero si anoto algunos que me llaman la atención: Volver a dónde, cómo viajar con un salmón, y el gato que amaba los libros.

Ese último título, lo asocio con Firmin de Sam Savage, novela en la que una rata es amante de los libros.

Abandono el lugar sin comprar nada. Juanma: 1 Comprador compulsivo: 0

jueves, 23 de junio de 2022

Tensión y juegos de mesa

Una mujer y su hija pequeña, de no más de 7 años, entran en un café. La niña lleva la caja de un juego debajo del brazo. Apenas se sientan, y antes de ordenar, la abre y saca dos tableros con fichas fijas desplegables, que traen dibujos de caras de personas.

Cada una toma una carta y la ponen en el centro de su tablero. Corresponde al personaje que el contrincante debe descubrir haciendo preguntas sobre su apariencia física.

Conozco el juego, pero no tengo idea de cómo se llama. empiezan a preguntarse cosas: “Tu personaje tiene el pelo largo? ¿Es mujer o hombre? ¿Tiene barba? ¿Es rubio o pelinegro? ¿La camisa es de color rosado?”

Las observo con detenimiento y veo como la pequeña va ocultando las fichas que descarta con base a sus preguntas. A medida que lo hace Ríe de forma nerviosa y cada vez más, a medida que el juego se acerca a su final, a la gran revelación.

Lo que más me gusta es oír sus carcajadas que están repletas de tensión. De cierta forma parece que se estuviera jugando la vida en esa partida. Así debería hacer uno con cualquier cosa que se hace, sea pequeña o grande; jugarse la vida y carcajearse independiente de que se pierda o se gane, en fin.

Al final la mamá le gana, pero se nota que a la niña no le importó perder porque se divirtió.

Mientras las observaba, recuerdo qué juegos me gustaban a mí. Había uno que se llamaba escalera. Era un tablero gigante y uno avanzaba, de acuerdo con el puntaje de un lanzamiento de dados, por unas casillas, hasta caer en una que tenía una escalera que obligaba a subir o bajar.

Me gustaba porque, al igual que el juego de la hija y su madre, también tenía su dosis de tensión.

miércoles, 22 de junio de 2022

Animal

A finales de 1994, en una noche de diciembre, después de canalear un rato, caí en MTV y estaban repitiendo los VMA (Video Music Awards) del año pasado. Ese momento espacio temporal coincidió con la presentación de Pearl Jam, uno de mis grupos favoritos y que desconocía en ese momento.

Llegué al canal justo en el momento en que Christian Slater, el presentador de ese año decía: “Aquí, interpretando una nueva canción por primera vez en cualquier lugar, damas y caballeros, Pearl Jam”

“¿Quiénes son esos?, muestre a ver”, pensé. Entonces Abruzzese Marcó cuatro tiempos en los platillos hi-hat, y el cuarto empató con la entrada de las guitarras y el bajo. Esa vez tocaron nada más ni nada menos que Animal, cuando Vedder no tenía la voz desgastada.

¿Qué decir? Me voló la cabeza y fue mi puerta de entrada a esa banda. Al día siguiente corrí a comprarme el Vs, y ya en la tienda de discos me di cuenta de que también tenían, en mi humilde opinión, el mejor disco que han sacado: el Vitalogy.

Me fui a la casa solo con el primero y me dediqué a escucharlo en esa temporada de vacaciones, como si de eso dependiera mi vida. Recuerdo que mi consigna era escucharlo como mínimo una vez al día, pero a veces no me aguantaba y lo ponía hasta tres veces.

Me sentaba en el sofá y me dedicaba exclusivamente a escuchar las canciones y si acaso cantar un coro o alguna estrofa de las letras que traía el librito del CD.

A la semana siguiente no me aguanté las ganas y me fui a comprar el Vitalogy, que terminó de destrozarme la cabeza, en el buen sentido de la palabra.

Larga vida a Pearl Jam.

martes, 21 de junio de 2022

Desconfiar

Si de alguien hay que desconfiar es de la cabeza.

“Hacia dónde quiere viajar?”, le pregunto la mujer de la aerolínea.  Estocolmo, respondió casi al instante”.

La frase hace parte de un dialogo de un cuento que escribí hace unos días.  La primera vez que lo leí, luego de terminarlo, la subrayé porque pensé agregarle algo más, modificarla o borrarla.

Ayer, cuando lo estaba editando  llegué a ese diálogo y recordé el momento en que lo había subrayado, pero no por qué lo había hecho.

Ahí estaba yo. Acababa de leer esa frase y no me sonó bien por si sola o porque no encajaba con alguna otra pieza del relato, y de puro iluso pensé: “Solo la voy a subrayar, porque no se me puede olvidar esta idea tan brillante que se me acaba de ocurrir." 

Cómo sería de magnífica que cayó en los abismos de mi cerebro y allí se quedara hasta morir de hambre; dale señor el descanso eterno.

Tampoco sé porque no le agregué un comentario con una instrucción sencilla, una palabra, si acaso, que me recordara que era lo que quería hacer con ella.

Nada más falso que confiar en la memoria para hacer algo después.  Hay que anotarlo todo, con el miramiento que requiera el caso, y lo que sea que anotemos debe ser tan sencillo y simple que un niño de 5 años lo entienda.

 ¿Cómo saber si esa frase era lo que mi cuento necesitaba para funcionar de forma compacta sin presentar ni una sola grieta narrativa? De pronto esa simple línea contenía todo el significado que quería imprimirle.

Ahora la veo y me parece un diálogo flojo, de pronto lo único que quería hacer desde un principio era borrarlo.  

jueves, 16 de junio de 2022

Capítulos cortos

Estoy en una sala de espera y, claro está, espero a que me llamen a consulta. En la sala hay varias personas con bebés. Me pregunto si no me habré equivocado de piso. Miro una de las placas de un consultorio y dice 311, estoy donde se supone debo estar, aunque saber eso con exactitud es difícil, pues muchas veces se cree estar en el lugar que es y se está completamente equivocado, en fin.

Les decía que espero y lo hago leyendo. Los demás, menos los bebés, claro, lo hacen mirando sus celulares. Al verlos me dan ganas de sacar el mío, pero me las aguantó y me aferro con más fuerza al libro.

Se llama Matadero Franklin, y es la historia del narcotraficante chileno Cabro Carrera, el más grande de todos los tiempos dice la contraportada. Lo compré, más o menos a la ciega, o más bien a punta de feeling en la última feria del libro.

No tenía pensado comprar libros, pero justo cuando me decidí a abandonarla, me puse a pasear por un stand con varios libros de la editorial Seix Barral. Vi el que les mencioné y otro de cuentos que dejé de leer, porque me dio la impresión de que el autor se preocupa en enredarse con el lenguaje, es decir, en sonar inteligente en vez de contar cosas, y eso me aburre con toda, así que lo abandoné y comencé Matadero Franklin.

Estoy en la mera exposición de la historia, pero me ha gustado como el autor va introduciendo y entrelazando cada uno de los personajes. También que los capítulos son cortos;  me alcancé a leer tres antes de que me llamaran a consulta.

Volviendo al tema de los lugares en donde estar, uno siempre debería estar metido en la historia de una novela, ahí, al ladito de los personajes, sufriendo o alegrándose con ellos.

miércoles, 15 de junio de 2022

Últimos 15 minutos

Tengo una reunión dentro de quince minutos.  Imagino que, por alguna razón truculenta, ese es el tiempo que me queda para escribir, y que no podré hacerlo durante el resto de mi vida.  

Experimento una versión barata o más cara del “Vive como si fuera el último día”, convertida en: “escribe como si fueran los últimos quince minutos en que pudieras hacerlo”.

El punto es que no se me ocurre nada brillante que contarles, ninguna enseñanza de vida ni nada por el estilo.

Hace un rato, antes de pensar eso de los quince minutos, estaba observando el mierdero que tengo encima de mi escritorio: un plato, una taza de café, tapabocas viejos, cables­ –parecen haber miles de ellos, enroscados como serpientes–, un parlante, portavasos, un trapo para limpiar gafas, una hoja con claves de algo, no sé qué;  un diccionario Español-Alemán que está ahí desde el día que escribí esta entrada, y un mousepad, regaló de un primo, del Señor de los Anillos con la siguiente cita:

The prime motive was the desire of a tale-teller to try his hand at a really long story that would hold the attention of the readers, amuse them delight them and at times maybe excite them or deeply move them.

Ahora quedan 8 minutos y me fui por las ramas o simplemente me fui, porque esto desde un principio no tenía ni pies ni cabeza y mucho menos ramas.

Volviendo a lo del desorden, los objetos que les acabo de enumerar me hicieron pensar en las redes sociales y en el afán que tenemos de publicar cosas, lo que sea. Se tu mismo, muéstrate vulnerable, son los consejos que dan, pero creo que detrás de eso hay afán de curar nuestra imagen a cada segundo de nuestras vidas, de limpiar el escritorio y llenar la pantalla de papelitos post it de diferentes colores, para que la foto salga bien.

Ahora quedan 5 minutos.  Le fallé a Tolkien con eso de contar una historia realmente larga, y con lo de emocionar y esas cosas, pues lo que escribí sonó más bien a lamento o queja, pero bueno es lo que hay o más bien lo que me salió en estos últimos quince minutos de escritura.

martes, 14 de junio de 2022

Enfrente de las narices

Marcela Quiroga toma un taller de escritura creativa. En la primera sesión la escritora que dicta el taller le entrega una fotocopia a ella y sus compañeros, con una imagen de un parque en un día soleado en el que se alcanzan a ver varios grupos de personas riendo, comiendo algo o simplemente tomando el sol.

En la parte superior están las instrucciones del ejercicio: Escribe una descripción de la foto. Por favor, no cuentes una historia, solo describe el lugar.

“Fácil”, piensa Marcela, y comienza a escribir: Este parque que ves me recuerda al parque en el que terminé con mi primer novio. Las cosas entre los dos ya venían mal y era algo que debía haber hecho apenas todo comenzó a irse en picada.

Ese día, después de comer, nos sentamos en una de las bancas y le dije que no quería seguir con él. Se puso muy triste y creo que se le alcanzaron a salir un par de lágrimas, pero como era de noche no puedo asegurarlo. El me pidió que nos diéramos un último beso de despedida, pero yo no acepté, ¿para qué complicar las cosas más de lo que estaban?...

“Recuerden que no tienen que contar nada, solo describir”, dice la profesora

“Maldita sea”, piensa Quiroga, porque, bien o mal contada, lo que le había empezado a salir era una historia.

“A veces uno de los problemas con la escritura”, continúa la profesora, “es contar más allá de lo que ven los ojos. Quizás escribir  debería ser justo lo contrario, decir lo que pasa por enfrente de nuestras narices, sin adornos ni figuras narrativas. Sería, si la expresión aplica, contar la realidad, de forma fría, seca y sin adjetivos que nos distraigan.

Quiroga recuerda lo que decía Agota Kristof en Claus y Lucas:

Escribiremos: «comemos muchas nueces», y no: «nos gustan las nueces», porque la palabra «gustar» no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad.

Entonces deja caer el lápiz sobre la hoja, luego la arruga, la mete en un bolsillo y comienza de nuevo su ejercicio.

lunes, 13 de junio de 2022

Cartuchos narrativos

Hoy, para variar, no vengo a escribir nada en este espacio, toda una contradicción, pues es precisamente lo que estoy haciendo. Lo que les quiero decir, es que siento que hoy quemé mis cartuchos narrativos en otro escrito.

“¿Buenas, se puede?”, me preguntó aquel forastero, apenas me senté en el escritorio, después del desayuno. Antes de decirle “sí claro, bienvenido” –nada mejor que esos escritos que caen en la cabeza, ya medio esbozados y de un momento a otro–, ya se había instalado en mi cabeza, descargado su mochila y con un aire de suficiencia levanto una mano, y como haciendo un dibujo en el aire me dijo: "abra un documento que lo que le voy a decir le interesa". Le hice caso y comencé a teclearlo de inmediato, pues parecía tener prisa, y pensar que si no me daba la gana atenderlo, tenía muchas otras cabezas, sedientas de escritos, esperando por ahí.

Ante mi aturdimiento, esperó de forma paciente el tiempo necesario, y me dejó teclear lo que yo quisiera, si acaso sugiriéndome una que otra palabra. “¿Le parece bien este punto de vista?, “ ¿Cuántos personajes?”, le preguntaba a medida que redactaba, pero se quedó callado, dando a entender que ya había hecho lo suficiente con darme una idea

Logre sacarle un poco más de 500 palabras y ahí me estanqué, pero me divertí escribiéndolo y eso también es un buen indicio, pues bueno o malo, signifique lo que eso signifique, la gracia de escribir tiene mucho que ver con divertirse; de hecho la gracia de cualquier actividad, ¿acaso no?

Entonces llegó como siempre aquel momento de hace un rato en el que me siento y me pregunto: “qué carajos voy a escribir?”, y pues me inventé eso de los cartuchos narrativos y que los de hoy ya los había quemado.

Eso era todo.

sábado, 11 de junio de 2022

Tensión

La palabra quizá no sea la adecuada, pero por alguna razón es la que me suena, o la que se repite dentro de mi cabeza. De sus definiciones creo que me sirve esta: “Estado de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen”

Supongo que nos la pasamos de tensión en tensión. Está la jefa de jefas, la muerte, y ahí estamos nosotros en el medio, mientras se pelea con la vida.

Pienso en esto de la tensión porque el viernes hacia sol, como si Bogotá fuera una zona costera. Estaba por ahí, tranquilito por la calle, cuando sentí un malestar general liderado por un síntoma de nauseas: “¿Qué carajos pasa?”, me pregunte y la respuesta llegó en forma de dolor de cabeza.

Iba y venía sobre el costado derecho, pero yo ya sabía que si el muy desgraciado hace presencia es para quedarse. Entonces entré en un estado de negación y le eché la madre al mundo, a la pacha mama, al universo, al destino, incluso a usted sin conocerlo(a) querido(a) lector(a), actitud que creo solo le hizo tomar confianza al dolor, para que se instalara a sus anchas en mi cabeza.

Otra vez la tensión, en el sentido en que uno está bien y algo nos sacude para quitarnos la paz que tenemos.

Les conté que hacía sol, ¿cierto?, pues también lo maldije porque estaba esperando un carro y no había lugar para resguardarme de sus rayos. “Ahora el dolor de cabeza se me va a multiplicar con el maldito sol”, pensé.

En el trayecto hacia el lugar al que me dirigía, el sol no se cansó de escupir sus rayos, pero yo me concentré en respirar como si fuera un monje budista en un estado profundo de meditación. No sé si fue por eso, pero el dolor de cabeza desapareció.

De todas formas la ciudad seguía en tensión, ¿cuál? Pues la de sol, que seguro le estaba echando un pulso a un aguacero. Al final llovió, pero por la noche.

Que no se nos olvide que siempre andamos en tensión, que nuestro cuerpo siempre está sometido a diferentes fuerzas que tiran para lados opuestos.

jueves, 9 de junio de 2022

Jiménez escribe de madrugada

Son las 2 de la mañana y Jiménez está sentado en su escritorio casi a oscuras. Solo lo alumbra la luz de una lámpara con un bombillo intermitente. A veces siente que debe abrir más los ojos para que absorban la poca luz que les llega, no tener que forzar la vista y poder ver qué es lo que escribe.

Fuma. Cuando teclea pone el cigarrillo en su boca. Cuando termina de redactar un párrafo, lo agarra de las yemas del pulgar y el índice, le da una calada profunda, bota el humo y se queda mirando cómo comienza a ascender. A veces acompaña su ese ritual con sorbos que le da a un tinto oscuro y amargo, que ayuda a mantenerlo alerta.

Le gusta escribir de madrugada porque la ciudad está casi en silencio, de no ser por el motor de los carros que pasan por la avenida hacia la que da su cuarto o los gritos extraños de personas, locos cree, que tienen el valor de andar por las calles del centro de la ciudad a esas horas.

Una vez se vio tentado a seguir el ritual de escritura de Ōe Kenzaburo. Un amigo le contó que el escritor japonés se sentaba en la mitad de un cuarto con la luz apagada y una grabadora en sus manos. Luego la prendía y comenzaba a contar una historia, para después transcribirla.

Las pocas veces que trato de hacerlo se sintió como uno de esos locos que gritan en la calle, con la única diferencia que él le murmuraba las historias al aparato. Dejó de hacerlo porque le pareció que esos relatos a oscuras no iban para ningún lado, que su mente lo engañaba y comenzaba a decir lo primero que se le pasaba por la cabeza.

Luego lo intentó con velas, hasta que un día el sueño lo derrotó en su puesto de trabajo y casi termina por hacer un incendio.

Ahí está, sufre de esa enfermedad que se llama escribir. A veces lo hace frenéticamente y otras con el mismo desgano que tiene el bombillo de su lámpara.

miércoles, 8 de junio de 2022

Algunas ideas después de ir a sacar plata

Hay quienes dicen que se debe escribir sobre lo que se sabe. Contar lo que le pasa a uno en el día es precisamente eso, ¿acaso no?, porque si uno no sabe por cuáles experiencias transitó, ¿entonces quién?

Yo suelo hacer eso, contar lo que me pasó a mi directamente o lo que vi que le paso a alguien. En este último caso me invento cosas, pues escasamente sé qué ocurre en la vida de familiares y amigos, o qué les preocupa, así que especulo que puede estar pasando por la mente de esos extraños a quienes narro, o simplemente me invento aspectos de su vida y ya está.

Siendo sincero la verdad me gustaría alejarme cada vez más de esa voz autobiográfica, digamos, y escribir pura ficción, porque me parece que esta ayuda a evitar las opiniones personales o permite camuflarlas de manera elegante en un relato. Por alguna razón Ursula K. Le Guin afirmaba que le iba mejor inventando cosas que recordándolas.

Pero de todos modos recordar también es pura ficción, pues se suele narrar lo que se cree que pasó, ya que al intentar revivir un recuerdo nunca vamos a poder contar de forma exacta cómo ocurrió.

Es imposible contar una cosa exactamente tal como ocurrió, porque lo que 
uno dice nunca puede ser exacto, siempre se deja algo, hay muchas partes, aspectos, contracorrientes, matices; demasiados detalles que podrían significar esto o aquello, demasiadas formas que no pueden ser totalmente descritas, demasiados aromas y sabores en el aire o en la lengua, demasiados colores.
– El cuento de la criada –

Hablo de esto, porque hoy quería contarles que salí a sacar plata en la mañana y luego, cuando llegué a la casa, el cansancio de toda la humanidad me cayó encima.

Sentado en mi escritorio, lo único que quería hacer era echarme en la cama. Había dormido bien, entonces  no entendía por qué me sentía así.

Eso era lo que pretendía contar, pero justo ahí mi cabeza comenzó a hacer asociaciones raras y llegué al  temadel que les hablé al principio.

Ya en este punto, en el que la volqueta se fue al río, podría seguir tirando de esa hebrita narrativa que me encontré y decir que si somos pura ficción, eso que llamamos realidad no es más que otra simulación, una mentira que nos esforzamos en contar día tras día.

Como leí hace poco: “Nunca estamos tan seguros de la realidad como cuando es ilusión”.

martes, 7 de junio de 2022

Cantidades

Uno de los trucos de la vida (imagino que existen varios) es aprender a medir cantidades. ¿Para qué? Para que se nos vaya la mano en lo que sea que hagamos. Esto aplica para cualquier plano de la existencia: sentimental, laboral o cualquier otro. Lo que quiero decir es que al momento de tomar una decisión de vida o muerte, o de algo tan sencillo como medir el chorrito de leche que se le echa al tinto, es importante tener en cuenta las cantidades que se utilizan,dan, vierten, desparraman, en fin.

Quiero hablar sobre el chorrito de leche, no crean ustedes que me iba a poner trascendental o algo así, eso dejémoselo a esas personas con amplios conocimientos sobre los trucos de la vida.

Preparar el desayuno (y se me llena la boca al decir esto o, mejor dicho, se me hinchan los dedos escribiéndolo, pero ya sabemos que es un café con cualquier cosa) es uno de mis momentos favoritos del día. No sé, imagino que tiene algo de Zen. También suelo pensar que dependiendo de que tanto lo disfrute o sienta que me quedó bien, mi día va a ser bueno o malo.

Cuando la cafetera comienza a hacer gárgaras, anunciando que el tinto ya está listo, saco la jarra de leche de la nevera. Esa operación, en apariencia sencilla, tiene su grado de dificultad pues la puerta de la nevera se cierra sola y eso, por alguna de las tantas manías raras que cargo, me molesta. Entonces cuando abro la puerta de la nevera y pongo la jarra de leche al lado de la estufa, estiro una de mis piernas hacia atrás para trancar la puerta de la nevera y evitar que se cierre.

Luego viene ese momento determinante en el que debo medir el chorrito de leche que le voy a echar al tinto. Tiene que ser el exacto, sino me queda muy oscuro o muy claro, de ahí que saber determinar esa cantidad sea tan importante.

Suelo imaginar que de esa simple acción dependen el día que está por delante, mi vida y su destino, junto con los millones eventos extraños que despiporran el curso de nuestra existencia en menos de una fracción de segundo.

Al final, cuando abandono la cocina, termino con el ritual del limpión de cocina, del cual también depende mi vida.

lunes, 6 de junio de 2022

Tiempo nocturno

Son las 10:15 de la noche y ocurre lo mismo de muchas veces: no se me ocurre sobre qué carajos escribir. Todo por no dedicar un espacio del día a pensar sobre un tema al cual arrancarle unas cuantas palabras.

Por eso acudo a esta fórmula fácil y vuelvo a escribir, como ya lo he hecho otras tantas veces, sobre mi incapacidad para hacerlo.

Imagino que es algo que tiene que ver mucho con desear, me explico:

Ahora, a las 10:17, escribo estas palabras, pero estoy desfasado en el futuro, es decir, estoy pensando en lo que deseo hacer aparte de escribir (ver una serie y leer), y ahora, a las 10:19, pienso que queda solo un poco más de una hora para que se acabe el día, y que al final no voy a poder hacer ni lo uno ni lo otro, o voy a tener que escoger entre algunas de las actividades que mencioné.

En resumidas cuentas estoy y no estoy en el escrito. Pero eso en medio de todo no está mal, porque como dice Julio Ramón Ribeyro en sus diarios, “Escribir no es un acto continuo, sino que generalmente va acompañado de largos intervalos de distracción”.

Y es que está claro que el tiempo corre más rápido cuando uno necesita que pase lento y viceversa. Para probar mi teoría me quedo mirando el reloj de la pantalla de computador, pero él sabe qué estoy haciendo eso, entonces los segundos y minutos duran lo que se supone deben durar, pero si le quito la mirada de encima por una fracción de segundo, fijo el tiempo arrancaría a correr como loco.

Como miro el reloj, escribo con la imagen que tengo del teclado en mi cabeza y ubico los dedos lo mejor que puedo para no descacharme a medida que tecleo. El tiempo avanza de forma normal, pero mis dedos torpes se equivocan de posición y comienzo a redactar frases con palabras no palabras como esta: ewi bo de que foce. Intento descifrar que quería decir, pero no lo logro, así que vuelvo a mirar hacia el teclado para acomodarlos bien.

Ahora son las 10:37 y me dispongo a echar una moneda al aire. Cara: Leo, Sello: Veo serie. A veces lo mejor es confiarle las cosas al azar.

domingo, 5 de junio de 2022

Poseído por los puntos de vista

Comienzo a escribir un texto. Horas antes, cuando lo comencé a cocinar en mi cabeza, mi olfato narrativo me sugirió la segunda persona como mejor opción, esa que tanto recomiendan para textos persuasivos porque le habla más cercano a las personas que lo leen, pues centra al lector(a) justo ahí, en medio de la acción.

Empiezo a narrar y de inmediato me convierto en narrador, narratario, personaje y lector. El efecto que produce es bueno, pero me parece que sostenerla, a veces, cansa un poco. Cuando voy por el tercer párrafo, la tercera persona irrumpe en mi cabeza y me pregunta: ¿Y cómo carajos va a contar las acciones que vienen en segunda persona? A ver, lo veo, concluye y luego la muy desgraciada se echa a reír dentro de mi cabeza.

La tercera siempre tiene ese tonito de superioridad moral, porque se cree mejor que los otros puntos de vista. Con la primera persona casi no se mete, porque esa está segura de lo que le pasó, entonces que no la jodan por su manera de contar las cosas, pero a la segunda la tilda de loquita por la forma en que adopta diferentes roles al mismo tiempo, y piensa que sufre de un trastorno disociativo de personalidad, de ahí el sentido confuso de su identidad. En medio de todo tiene algo de razón, pues yo he visto caminar a la segunda por las calles de mi cabeza con un costal a la espalda, el pelo ensortijado, hablando sola.

La tercera mantiene todos los agentes separados, es el dios del relato, pero en medio de todo ese poder que aparenta, también anda un poco mal de la cabeza, pues le habla a un narratario imaginario, ese alguien que espera la lea; sufre, como todos en estos tiempos, de unas ganas de atención desmedidas.

“Sí, tiene razón”, le respondo a la tercera. Al final se debe escoger el punto de vista que le convenga al relato, y procurar evitar las obsesiones del narrador, escritor, de los puntos de vista, y pues ni hablar de las del lector. A ese es mejor no meterlo en este lío, pues es una pieza fundamental para que todo el conjunto de escritura-lectura, funcione, ¿acaso no?

jueves, 2 de junio de 2022

Nächer y Juliana

Hubo un tiempo en el que sufrí de una ligera obsesión por el alemán. Mi primer acercamiento con el idioma fue en los últimos semestres de la universidad, cuando lo tomé como electiva.

El profesor era un Alemán que siempre andaba de saco y corbata y con la cara roja. Se notaba que entendía bien el español, pero le costaba comunicarse en ese idioma, entonces cuando lo hablaba, parecía que lo estuviera haciendo en cámara lenta.

En el curso, conformado por no más de 7 personas, había gente de distintas carreras, entre ellos estaban:  2 hombres que estudiaban economía y se la pasaban riendo, una mujer de artes y Juliana, una estudiante de Ciencias Políticas que me parecía linda, tenía una de las mejores narices respingadas que he visto en mi vida y pelo rubio, largo y liso, que a veces adornaba con trenzas delgadas.

Juliana dominaba el idioma porque había estado de intercambio en Alemania 6 meses. Lo que a mí me fascinaba y asombraba como primíparo, qué sé yo, poder decir diferentes números y los días de la semana, ella ya lo tenía dentro de su sistema.

Siempre trate de pegármele porque me gustaba, pero también para aprender de ella. Me gustaba oírla hablar con el profesor antes de empezar la clase, porque su pronunciación era muy buena.

“¿Qué más Herr Rodríguez?", Me saludaba
Gut, un dir Frau Valencia?, le respondía
Auch gut”, decía y luego cambiaba al español, segura, imagino , de que yo solo podía sostener una conversación hasta ese punto.

En el último examen del curso, o el único, ya no recuerdo, nos tocaba hacer una composición corta. Cuando llegué a ese punto saqué mi diccionario  y busqué algunas palabras nuevas y revisé si otras que había escrito estaban bien. Una de las que encontré y que no conocía fue nächer (después, más tarde). Con mis pocos conocimientos gramaticales, y recordando una de las premisas clásicas del profesor: verb am ende (el verbo va al final) la inserté en mi escrito lo mejor que pude.

En la clase siguiente nos entregaron los exámenes y lo pasé. Juliana me pidió que se lo mostrara y leyó mi escrito. “Uyy utilizó nächer y todo Herr Rodríguez, muy bien", y luego soltó una carcajada.

Me gustaba verla reír, imaginaba que su risa era en alemán.

miércoles, 1 de junio de 2022

un disparo y caer al suelo

Antonio le pregunto a Jaime, su gran amigo, si lo podía acompañar a cambiar 10 millones de pesos a dólares en una casa de cambio. Los necesitaba porque su hija iba a hacer un viaje a Estados Unidos.

El viernes Jaime hizo un hueco en su agenda y llamó a su amigo. Antonio busco cuál era el mejor lugar para ir a cambiar los dólares y al final, por cuestiones de distancia, escogió una casa de cambio en el centro comercial Gran Estación.

Los amigos llegaron a ese lugar hacia las 6 de la tarde y, sin perder tiempo, fueron directo al local Money Cambios JWC C.C. Antonio realizó la transacción sin ningún inconveniente, pero ninguno de los dos se había dado cuenta de que alguien los estaba siguiendo.

Cuando dejaron el centro comercial y después de caminar un par de cuadras, dos hombres los detuvieron, los apuntaron con una pistola, y uno de ellos les dijo: “No se hagan los machitos y pasen el dinero”.

En ese momento había trancón en la calle y coincidió que por el lugar iba pasando un carro con policías encubiertos, quienes se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo. se bajaron del carro y encañonaron a los ladrones.

Al darse cuenta el extraño giro de los eventos, Antonio dio media vuelta y comenzó a correr como si fuera Usain Bolt. Cuando había recorrido media cuadra escuchó un disparo. Sin detenerse volteó a mirar y vio a Jaime tendido en el suelo.

Avanzó un poco más y decidió parar, recuperar el aliento y esperar unos minutos. Luego volvió al lugar del enfrentamiento, preocupado por el destino de su amigo. Estaba preparado para lo peor “ ¿Y ahora como le digo a Claudia –la esposa de Jaime– que su marido murió por acompañarme a cambiar dinero a una casa de cambio?”

Cuando llegó al lugar vio que Jaime hablaba de forma apresurada con los policías, mientras gesticulaba con los brazos. Cuando vio a Antonio se abrazaron.

“Marica, ¿qué le paso? Creí que le habían metido un tiro. Jaime le contó que el disparo que oyó había sido un tiro al aire.

“Pues yo vi por el rabillo del ojo que usted arrancó a correr en pura y pues pensé: voy a hacer lo mismo, entonces di media vuelta y apenas iba a arrancar me tropecé y caí al suelo”.